Memorial Ana Santos: El tercer tiempo

El escritor relata el encuentro que enfrentó a poetas y narradores en recuerdo de la editora

Alineación de poetas y narradores.
Alineación de poetas y narradores. La Voz
Juan Pardo Vidal
07:00 • 28 mar. 2019

Era como el típico partido de futbol solteros contra casados. Todos lo hemos jugado alguna vez en las fiestas del pueblo, pero en esta ocasión el enfrentamiento era entre poetas y narradores, había chicos y chicas en ambos equipos, era la leche. Memorial Ana Santos, no sabíamos qué excusa poner para recordarla una vez más, hizo tanto por la cultura en Almería, no sé por qué se marchó tan pronto, no le tocaba. El resultado del encuentro no importa, es lo de menos que los poetas fueran humillados y aplastados por los narradores, no soy de los que hacen sangre con esas cosas, no es mi estilo. Que el resultado fuera 8-3 a favor de los narradores es irrelevante, si lo menciono de pasada en este artículo es solo por los amantes de la estadística, las matemáticas, los números, cosas así, sin importancia. Lo que verdaderamente importa es el tercer tiempo, supongo que ustedes saben que así llaman los jugadores de rugby a la costumbre de confraternizar tomando unas cervezas juntos una vez que ha terminado el partido.




Y eso hicimos, sin acritud, al terminar nos fuimos todos a un bar de Aguadulce con una barra muy larga a la izquierda y los servicios al fondo a la derecha, como todos los bares del mundo. Hicieron una paella, la verdad es que no recuerdo muy bien lo que ocurrió después, una especie de neblina color dorado cerveza lo envuelve todo. Recuerdo haberle preguntado a una chica que había a mi lado en la barra —y que nada tenía que ver con el partido— que ¿para qué coño sirve la poesía? Estábamos en el centro de la barra, los poetas a la izquierda, encantados con la tristeza del resultado (sin ella no pueden escribir), y los narradores a la derecha hablando de premios literarios y de editoriales . –La poesía no sirve para nada, por eso es imprescindible –respondió ella y pidió una de calamares la chica con el pelo acervezado, quizás se echara camomila, quizás no fuera rubia natural. Estábamos en tierra de nadie ella y yo, muy solos, en ninguna parte, como en un aeropuerto o en una embajada. Hay que ser muy valiente para pedir en el centro de una barra, y ella y yo lo éramos. Me presenté. Le conté lo del partido y le dije que yo era poeta, porque los poetas ligan más, pensé en ese momento con la astucia que me caracteriza, tienen ese no sé qué que pone. Y me vine arriba con las mentiras, le dije que si iba con muletas era porque me había atropellado un coche en un paso de peatones, un conductor borracho, los poetas son muy borrachos, añadí que no sabía a cuánto iba a ascender la indemnización. No le dije a la chica ni una cosa que fuera verdad, lo reconozco, pero se quedó encantada conmigo, que en realidad no era yo (¿acaso no es eso lo que hacen los poetas cuando escriben?).




Se sentó la chica famélica a mi lado en la mesa larga de escritores y se comió tres platos de paella, madre mía. Luego vino un poeta resentido y se chivó de todo, desmontó mi historia. Y ella me dijo que si yo no era lo suficientemente poeta, ni lo suficientemente narrador, ni lo suficientemente articulista ¿qué era? Y entonces hablamos de la mentira y de la película Green Book que ambos habíamos visto recientemente. Yo le dije que yo era Viggo Mortensen y ella supo que era la primera verdad que decía en toda la tarde, luego me dijo que nos fuéramos a su casa y esa noche no pude hacer nada ni escribir nada. Y a la mañana siguiente sí, porque ya era todo verdad y la verdad es imprescindible, como la poesía. Desde entonces estamos juntos y hemos ganado siempre a todo, menos al fútbol.








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