Marta Rodríguez, periodista de LA VOZ, se sienta hoy al otro lado: acaba de ver la luz, editado por la Universidad de Almería y Cosentino, su primer libro, ‘Cuando fui náufraga’, que recoge los artículos publicados en este periódico tras comenzar el estado de alarma. La presentación será en Clasijazz el miércoles 29 de julio a las 20.30 horas.
Los artículos recopilados en ‘Cuando fui náufraga’ hicieron el confinamiento algo más llevadero a muchos lectores. ¿Cuál fue su tabla de salvación?
El diario y sus lectores. Mis días se acabaron convirtiendo en un ritual que giraba en torno al momento de sentarme a escribir. El simple hecho de sentir que había gente que lo leía me brindó la compañía que necesitaba durante el encierro. La verdad es que lo echo de menos.
La serie, publicada en este periódico, constó de cuarenta entregas en plena cuarentena. ¿Hay algún mensaje o pensó que una retirada a tiempo es una victoria?
Tuvo un poco de las dos cosas. El encierro llegaba a su fin y el diario perdía el sentido. Pensé que nada más simbólico que cerrar en la entrega 40 estando en una cuarentena. Luego una lectora me recordó que 40 es XL en números romanos y me pareció que todo encajaba.
“La solidaridad entre vecinos aún gana a la barbarie”, escribe en este diario de cuarentena. ¿Lo sigue pensando?
Los españoles sacamos lo mejor de nosotros mismos durante las primeras semanas del estado de alarma. Pero pronto empezó a asomar lo peor. Prefiero quedarme con la sensación inicial. Quiero pensar que seguimos mirándonos a los ojos con empatía aunque sea porque el resto lo tapa la mascarilla.
Todo viaje implica movimiento. ¿En qué se diferencia la periodista que firma el epílogo del libro de la que escribió el primer artículo dos meses atrás?
Ha sido curioso: aunque llevo trece años escribiendo, nunca antes había percibido tanto que hubiera alguien al otro lado. Me he sentido muy arropada, porque lo que empezó como un proyecto personal se ha acabado convirtiendo en uno compartido. En un contexto en el que, además, nos encontrábamos todos un poco solos. ¿Me ha cambiado? No lo sé.
A lo largo del diario dibuja no solo el paisaje de una ciudad sino también su paisanaje, personajes recurrentes que acaban siendo secundarios de lujo. ¿Ha hecho nuevos amigos en esta aventura?
Ha sido lo mejor de este viaje. Hay personas que cada mañana me daban los buenos días y compartían conmigo sus aventuras. Y esa es otra forma de cuidar a alguien.
Respecto a los personajes, es que hay gente maravillosa: me viene ahora a la cabeza la diva confinada que no perdonaba la hora del aperitivo. O el señor mayor que se sentaba en el banco de su pueblo a tomar el fresco cada tarde. Me pregunto cómo estarán.
“Este diario me parece una frivolidad, pero no lo es. Es pura supervivencia”, afirma en una de sus entradas. ¿Hizo malabares para buscar el equilibrio?
Lo más difícil fue mantener a raya la melancolía y mi tendencia a ser un poco intensa. (Risas). Creo que el tono desenfadado del diario ha sido clave a la hora de que algunas personas quisieran leerme en el desayuno o en un descanso de su rutina.
Lleva más de una década viendo su nombre en los artículos y reportajes que publica en LA VOZ. ¿En quién pensó cuándo lo vio por primera vez en la portada de un libro?
En mi padre. Y en que ya era hora de hacer justicia al apellido de mi madre y firmar con los dos. (Risas). El libro, evidentemente, tiene un gran valor sentimental para mí.
“Vacío como una isla sin Robinson”, canta Sabina. ¿Qué ve ahora en la isla que dejó atrás?
Mi isla no estaba vacía. Había otros náufragos.
‘Cuando fui náufraga. Diario de una cuarentena’, escrito entre marzo y mayo, ve la luz en tiempo de rebrotes. ¿Olvidamos rápido?
Demasiado. Da casi vértigo comprobar cómo en cuestión de semanas se nos ha olvidado lo duro que ha sido esto.
Miguel Ángel Muñoz le ha escrito el prólogo y Carlos de Paz, Antonio J. García, Marina del Mar, Guillermo Fuertes y Rodolfo Caparrós han puesto imágenes a sus palabras. Náufraga pero bien acompañada.
Imagina: apenas tuve que pedir una foto para el diario. Me llegaron correos de todos ellos, no sé si para evitar que me jugase el tipo saliendo a la calle o porque saben que mis imágenes son realmente malas. Y qué decir del prólogo, es todo un lujo aunque tampoco soy muy objetiva. (Risas).
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