“Me llamo Rafael y me dirijo al director de Torrecárdenas para darle las gracias de todo corazón”. Así empieza la última carta remitida al Hospital Universitario Torrecárdenas de Almería. Una misiva en la que este “chaval” de 78 años agradece tanto al personal de la UCI como al de la planta de recuperación “el trato” recibido como paciente de Covid-19.
En el entrañable escrito de su puño y letra, Rafael confiesa no saber expresar mejor su “enorme gratitud” a los enfermeros y doctores que lo han atendido durante el mes en que ha estado ingresado. “Ahora mismo solo me acuerdo del nombre de alguno, como la doctora que se apellida Pecha y el enfermero Elías; eso sin contar al doctor Antuán, que me operó de prótesis de las dos rodillas y, bendita la hora, que estoy a mis 78 años hecho un chaval”, concluye el hombre, quien no recuerda a todo el personal que veló por su salud, ya que estuvo intubado y sedado.
Desde que se inició la pandemia, el ‘buzón’ de Torrecárdenas se ha convertido en fiel reflejo del sentimiento de deuda que albergan los pacientes que reciben el alta hospitalaria para regresar a sus casas. Se trata de cartas que curan a los que curan. Pero los que las escriben no son solo personas que han pasado por el trance de la Covid-19. Sin ir más lejos, otra que destaca por su ternura lleva la firma de Alejandro, un bebé prematuro que tuvo la “ocurrencia de nacer en estos tiempos”.
Aunque el parto estaba previsto para otoño, el pequeño vino al mundo con cuatro meses de antelación. Según relata en la misiva, él estaba muy a gusto nadando en la “barriguita de mamá” hasta que su “pequeña piscina empezó a quedarse sin agua”. “Mis papás estaban muy asustados porque tuvieron que ingresar a mi mamá por algo de que se había ‘roto una bolsa’ y, a consecuencia de eso, mi vida y la suya estaban en peligro”, explica.
A partir de ahí, el personal del Materno Infantil resultó clave para que los padres de Alejandro mantuvieran la calma entre crucigramas, libros para leer y colorear, películas, punto de cruz y ganchillo, “una cosa que le enseñaron a mamá a hacer allí para que estuviera más entretenida”.
Finalmente nació el 27 de julio con menos de un kilo, de ahí que lo metieran en una “nave espacial” donde estuvo rodeado de “tubos y cables un mes y medio”. “Me encontraba muy solito y triste porque al principio mis papás no podían cogerme ni estar mucho tiempo conmigo pero, aunque ellos no estuvieran, siempre había manos que me tranquilizaban, curaban y cuidaban durante todo el día”, dice en la carta, que termina alabando la “profesionalidad y humanidad” que los sanitarios dispensaron al niño y a sus padres.
En la quinta planta
También en la quinta planta de complejo hospitalario, el equipo de Medicina Interna mantiene colgados dos textos repletos de palabras de aliento para aquellos momentos en los que hay que sacar fuerzas de la flaqueza. “Nunca podré olvidar el trato, sensibilidad, dedicación, entrega y demás calificativos que a veces os llevan a la extenuación y que tan a menudo pasan desapercibidos para todos, quizás porque no mostráis en ningún momento esa fatiga que tanto os erosiona o quizás porque sois los elegidos”, puede leerse en una de ellas.
Sin embargo, no solo las familias con un desenlace feliz se muestran agradecidas con los sanitarios almerienses. Al contrario, entre las cartas emociona de forma especial una que reconoce su “esfuerzo”, todavía con “lágrimas en los ojos y el corazón muy blandito”, porque “si la parte profesional se presupone y ha sido increíble, la humana la ha superado con creces”. “Nunca nos ha faltado una respuesta, un cuidado, una palabra de ánimo o una sonrisa sincera”, concluyen.
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