De cómo aburrir a las ovejas en tarde de toros

La bravura de los toros es el fundamento de la Tauromaquia, lo diga quien lo diga. Los toros encastados son los protagonistas de todo, los toreé quien los toreé. En la tarde de ayer, estos principios quedaron demostrados por enésima vez, en seis faenas. Pase arriba, pase abajo la corrida aburrió a las ovejas. 

El primero de la tarde resultó ser un animal mediocre en todos los aspectos y aún peor en los más importantes. Así, Alejandro Talavante se vio obligado a buscarse a sí mismo como gusta delante del toro sin apenas argumentos. 

Su segundo salto a la arena con algo más de brío y la cara un tanto más seria que sus hermanos. Fuese por una cualidad o por la otra, Alejandro pareció motivado. Sin embargo, el comportamiento del animal en varas amenazó más aburrimiento para una tarde aburrida.  Aún así, el animoso diestro brindó al respetable la muerte de este toro, primus inter pares en materia de casta. Talavante quiso cumplir y eso le honra. Optó por la estética y por el adorno que son recursos siempre eficaces. Al final, se emborrachó de pañuelos y se dio una segunda vuelta al ruedo agradeciendo el cariño de quienes pedían el segundo trofeo, que no merecieron ni él ni el toro. 

Emilio de Justo
Emilio de Justo firmó con un excelente volapié una faena que fue in crescendo desde la escasez de raza del segundo de la tarde. Con oficio y compromiso fue construyendo una actuación que estuvo muy por encima de este pupilo de Juan Manuel Criado que no pasará a la historia de la ganadería.

El quinto de la tarde pareció sacar un punto de raza por encima del encierro y Emilio le decretó dos puyas. La segunda con la caída del piquero Germán González 

La faena siguió el guión de la tarde, entre cabeceos del animal e intentos encomiables del torero por sacar petróleo de un toro de media casta. Envuelto en las notas de Amparito Roca. La carencia de ligazón y de embestidas emocionantes acabó dosificándola este bello pasodoble. 

Pablo Aguado

Que Pablo Aguado es buen torero ya es cosa sabida y que el toro era de media casta para abajo no ofreció duda. Los más animosos decían olé resistiéndose a dar la tarde por perdida. Pero ni por esas.  

Como despedida, vino Aguado a demostrar que por muchos pañuelos que flameen, el aburrimiento por falta de bravura acaba con todo. Sus intentos en vano incluso fueron inútiles. El toro, nada; la tarde peor.