Aparece radiante. Vestida de rojo. Cargada de libros y papeles. Paqui Cruz (Iznájar, 1977) ha conseguido contagiar su alegría cordobesa a todo el personal de la Villaespesa. Cada trabajador de la biblioteca responde al saludo de su directora con una sonrisa o una broma. Su llaneza y gracia personal se proyectan en el centro como una luz que le confiere un punto de casa de familia numerosa, un aire de hogar.
Ese halo de cercanía pronto atrapa a la autora de estas líneas, que no aún no sabe que va realizar una de las entrevistas con más contratiempos que recuerda. Para empezar, entrevistada y entrevistadora se saltan a la torera el nombre de la sección, ‘Café con...’, y piden dos zumos de naranja.
“¡Antonio, ponte también unas almendrillas!”, exclama con un acento andaluz que conserva como un tesoro. “He elegido el Liceo, lugar donde siempre vengo a desayunar. Son personas muy agradables y ya amigos. Sobre todo Antonio, el camarero”, justifica la joven.
Un idilio no convencional
El idilio entre Paqui Cruz y los libros no se remonta a su adolescencia ni es tan poético como a uno le gustaría imaginar. “Lo mío con los libros fue de rebote. Yo estudié Trabajo Social, de hecho siempre digo que soy una bibliotecaria con vocación social. Además, llegué a trabajar en la residencia de mayores de mi pueblo”, expresa mientras da un tímido sorbo al zumo.
La familia de la actual directora de la Villaespesa vivía en el campo, de modo que ella estuvo interna en un colegio de monjas de Rute que en aquella época era femenino. “Yo leía, pero mi relación era distinta a la de otra persona que tiene bibliotecas a su disposición”, reconoce.
Su vida empezó a orientarse hacia el mundo de las letras cuando, al terminar su diplomatura, sólo tenía la opción de realizar dos cursos puente de cara a obtener un título superior. Estos eran Sociología y Biblioteconomía y Documentación. Por una razón eminentemente práctica -pues tenía más plazas- se decantó por la segunda.
Amor a las letras
Mas el lector no debe caer en el error de pensar que su amor por la literatura es menos puro o intenso que el de quien ha crecido rodeado de volúmenes. “La carrera me gustó, por lo que al final decidí prepararme estas oposiciones. Soy una persona muy constante y eso me ayudó a aprobar, pero además tuve suerte”.
Su primer destino como bibliotecaria fue Jaén, lugar que recuerda con cariño y donde aprendió muchísimo. Allí le tocó ejercer “el trabajo más bonito”: atender al usuario, hacer las visitas guiadas (“yo contaba todo como un cuento”) y organizar actividades.
La plaza definitiva la sacó en la siguiente convocatoria y su último puesto dentro de las once ofertadas la trajo a Almería,“lo que nadie quería” y, sin embargo, una tierra de la que no le gustaría irse. “Las ciudades con mar tienen un encanto especial”.
Una de las claves de su felicidad consiste en que, tras varios años desempeñando diversas funciones en la Delegación de Cultura, hace cuatro que ocupa la dirección de la Villaespesa, “el sueño de cualquier bibliotecario”.
Para Paqui Cruz, una buena biblioteca ha de ser un centro vivo y cercano a la sociedad. Algo que considera que han logrado gracias a la puesta en marcha de tres clubes de lectura. También debe preservar la cultura oral. Una cuestión en la que se han puesto manos a la obra a través de la publicación de dos obras en colaboración con los museos de Terque.
Préstamos, últimas adquisiciones y recomendaciones literarias centran el resto de esta amena charla. Hasta el punto de que la periodista incumple su regla no escrita de no rebasar los quince minutos de grabación y pierde la noción hasta los 45.
No es el último salto de guión. Una vez abandonado el bar, la protagonista de esta contraportada recuerda que falta la foto. Vuelta a empezar. Antonio, el camarero, recompone la puesta en escena. Juzguen ustedes mismos si se nota o no y disculpen. Uno se deja llevar por esa familiaridad y olvida que está trabajando.
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