Cuando en alguna ocasión me han preguntado por las razones del secular aislamiento infraestructural de nuestra provincia, creo que no he acertado a dar una respuesta adecuada a las altas expectativas de mi interlocutor. A mí no me pasa lo mismo que a Franz Kafka, que sostenía que la totalidad de preguntas y respuestas se encuentran en el perro. Será porque no tengo mascota o porque sus libros siempre me parecieron un tostón, pero nunca he podido sintetizar las muchas razones por las cuales Almería es hoy, igual que en los tiempos del taciturno autor checo, casi una isla en tierra. En todo caso, estoy seguro de que uno de los motivos por los que seguimos sin AVE es nuestro amor por la flora y la fauna autóctona. Los almerienses sentimos por nuestra tierra lo mismo que Dian Fossey cuando veía a un gorila macho batiéndose el pecho. O al menos eso es lo que se desprende del celo con el que los políticos almerienses protegen el medioambiente de esta tierra áspera, golpeada/bendecida por un sol de siglos y abandonada por las aguas en el suelo y en el cielo. Y así, después de aquella inolvidable defensa del sapo leproso (Ergo Bufo) que retrasó durante años las obras de la necesaria autovía hacia Levante, estamos disfrutando lo indecible con la preservación del hábitat de la Tortuga Mora (Testudo Graeca) que también está retrasando aún más si cabe las no menos necesarias obras del AVE. Y ojo, que todavía tenemos que descubrir qué notable coleóptero anida en el solar del materno-infantil para que la Junta acabe recibiendo un premio de Greenpeace por su defensa. Desde que los políticos descubrieron la ecología como comodín para excusar retrasos uno está como el personaje de Kafka, que no sabe si se ha despertado soñando que es un bicho en peligro de extinción o si en realidad soy una tortuga mora que se cree columnista. Eso sí que es una metamorfosis.
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