D e bigote handlebar, con las puntas tenuemente adelgazadas y sin enroscar, mentón afilado y cabeza afeitada hasta ese lugar fronterizo que marcan las patillas, la imagen del escritor Jesús Carrasco no pasa desapercibida. Y si en determinadas ocasiones la figura que presentamos de nosotros mismos a los demás es el fruto de un algoritmo que escapa a nuestra intención, en el caso de un redactor publicitario –conocedor de las reglas de la mercadotecnia– el azar juega sólo un papel sutil.
El autor de Intemperie (Seix Barral, 2013), novela que le reportó un éxito contundente, que ha sido traducida a veinte idiomas y cuyos derechos de explotación cinematográfica ya han sido adquiridos por una productora, pasó la semana pasada por nuestra ciudad, de la mano del Centro Andaluz de las Letras y con la escritora Mar de los Ríos ejerciendo de anfitriona para presentar su segunda novela, La tierra que pisamos (Seix Barral, 2016).
Intemperie fue vista por la crítica como un navajazo al panorama literario del momento. Un impacto certero subyugular. Y tengo que reconocer que me sorprendió la ardorosa acogida que tuvo. No tanto por la calidad de la obra, que está fuera de toda duda, sino por descubrir lo necesitada que se encontraba nuestra literatura de una voz que sorprendía por su mirada a lo rural. El registro bucólico de la obra, deliberadamente alejado de lo cosmopolita, recuerda a autores y novelas de hace varias décadas. Por ese motivo, Jesús Carrasco no tardó en recibir el marchamo de neorruralista. Es cierto que las comparaciones –sobre todo con Delibes y con Cormac McCarthy– dan lustre a la biografía del escritor, pero no es menos cierto que su obra y su verbo ágil no lo necesitaba.
En cualquier caso, con esta segunda novela, Jesús Carrasco continúa alimentando a los que depositaron las etiquetas en torno a su literatura. De nuevo el medio rural se erige en protagonista y el lenguaje, en gentil homenaje al léxico de un espacio y un tiempo mal definidos a propósito. Pero la calidad de su literatura nos hace pensar que la obra de este autor tiene que dar para mucho más de sí. Él amenaza con escribir novelas que no fondeen en lo rural. Y nosotros, los que esperamos que crezca abarcando otros territorios literarios, confiamos en que cumpla su advertencia más pronto que tarde.
El final de la presentación de La tierra que pisamos se diluyó de manera sutil entre conversaciones informales con el autor. La pequeña sala de la Biblioteca Villaespesa se presta al intimismo y al contacto que exige una obra como ésta. También en esas distancias Jesús Carrasco cumplió con las exigencias. Ahora sólo falta esperar a descubrir el camino que escoge.
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