El pasado 10 de octubre tuve el triste honor de haber hecho la que sería la única entrevista concedida por Cristina Ortiz Rodríguez, La Veneno, a un medio de Almería y posiblemente una de las últimas realizadas antes de dejarnos para siempre. Una parte de aquella distendida conversación, mantenida telefónicamente, la trasladé el papel impreso y al ordenador, y aún se puede leer en la edición digital de este periódico. Otra parte, la que entonces consideré menos relevante, es la que pretendo recuperar para conocer algunas cosas relacionadas con Cristina que mucha gente desconoce.
He leído que Cristina no quería ni oír el nombre de Adra, su pueblo. No es cierto. Mi acceso a ella fue a través de una persona interpuesta, que previamente había concertado la entrevista. Mis primeras palabras al pasarle esta persona el teléfono fueron para decirle que le llamaba desde Almería. Ya lo sabía. “¡Ay, cariño, de Almería, mi tierra, qué alegría! ¿Tú conoces Adra, mi pueblo?”. Obviamente le dije que sí, que “quien parece –contesté- que no quiere saber nada de Adra eres tú”. “¡Cariño, no hagas caso de lo que se dice, que la mitad es mentira!”, me respondió.
Durante la conversación –en todo momento tuve la impresión de que Cristina se encontraba a gusto hablando con alguien de su tierra- sobrevolaba sobre nosotros de forma permanente el nombre de Adra y la experiencia vivida en los años de su niñez y su juventud. Antoñito se dio cuenta pronto de que era una niña en el cuerpo de un niño. Esa circunstancia le traumatizó. Hay que situar el pasaje en un determinado ambiente para comprender lo mal que lo tuvo que pasar. “Yo he sido maricón desde que mi madre me parió”, me dijo, “pero era un maricón muy guapo”. Me contó, tal vez de forma exagerada –tenía propensión a agrandar cosas nimias- que tan guapo era que las turistas que en verano iban por Adra querían que las besara. “Pero si yo soy maricón”, dice que les advertía. “Es igual, tú, bésame”. Pero “yo era como si besara un trozo de mármol”.
Era manifiesto el malestar que La Veneno tenía por la incomprensión de su familia. Después me contaría Valeria Vegas, su biógrafa, que la reconciliación familiar era imposible por esa razón. “Su familia aún la sigue llamando Antonio y no Cristina”, me dijo Valeria. Esto, yo mismo lo pude comprobar al ver a su hermana Mari Pepa ante la sede del PSOE el día del traumático Comité Federal del mes pasado. La mujer quiso ganarse un minuto de gloria televisivo para contar una historia indescifrable: “Soy la hermana de La Veneno, el día que mi hermano entró en el Mississippi….”, parloteaba. O sea, era La Veneno y era su hermano, no su hermana.
De igual modo que Cristina manifestaba cierto malestar con su familia, una persona de Adra fue objeto, en nuestra conversación, de un recuerdo emocionado. No pudo verlo, pero creo que las lágrimas se le saltaron. Era su vecina Gracia, “Gracia la Sevillana, que en paz descase”. “Era como mi madre, me hacía los vestidos, me daba de comer, cuánto me acuerdo de ella”.
Cristina Ortiz, La Veneno, se nos ha ido. Perdonen que lo diga, pero me siento reconfortado por unas palabras que le dije: “Que sepas que en Almería y en Adra se te quiere y que nos gustaría verte por aquí”. “¡Eso no puede ser, cariño!”, me respondió. Días después pregunté a Valeria Vegas si Cristina estaría dispuesta a presentar su libro en Adra. “No, Emilio, eso ni se lo propongo”, me dijo. Ya nunca será posible.
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