Hablo de Gabriel Amat. Y no he de conjeturar sobre su honra como se hace con el valor del soldado: desde hace más de treinta años me consta que es un hombre con honor, cuando transigimos un asunto profesional con un apretón de manos, y cumplió cabalmente el compromiso. Cada vez es menos frecuente conocer a una persona de cuya palabra, sin ataduras legales, pueda fiarse Vd.
Y quede claro: ninguno de los dos le debe algún favor al otro. Es muy miserable tener que aclarar esto, pero es que España se ha convertido en el reino de la infamia, de la suspicacia, de la sospecha; en un país carroñero, amargo e ineducado.
Y todo esto viene a cuento de que se me ha hecho llegar -de manera anónima, con la pretensión de que me sume a las insidias- unas fotocopias de prensa sobre una serie de denuncias formuladas contra Gabriel Amat, ya desde 2002. Pero omiten decir que todas han sido sobreseídas.
En España está prohibido triunfar, no compensa: hay que pagar -y la propia familia- el precio altísimo de las calumnias. Y lo que digo de España lo multiplico en Almería: a quien destaca, llega el cristobica de turno y le agacha la cabeza de un cachiporrazo. “Al Maestro, puñalada” es un refrán muy almeriense.
Cuando en 1995 Gabriel Amat fue elegido Alcalde -lo digo de la manera más vulgar: ya era rico-, Roquetas tenía menos de 40.000 mil habitantes; hoy, ronda los 100.000 y se ha convertido en un micromundo con ciudadanos de ciento diez nacionalidades y un 15% de matrimonios mixtos, en un ejemplo perfecto de integración mutua e igualitaria, de paz social, de bienestar. Valga como ejemplo que ya en 2002 el Ayuntamiento cedió cinco mil metros cuadrados para la construcción de templos de diversas religiones.
Y ese desarrollo vertiginoso de Roquetas, una de las ciudades más dinámicas de España, no se limita a lo tangible, sino a lo social, lo educativo, lo cultural: hace más de diez años yo escribía con frecuencia que “cada vez más Almería-capital se está convirtiendo en el principal barrio de Roquetas...” Ejemplos: el Auditorio, que le costó una querella del ignoto senador socialista y roquetero Juan Miguel Peña; la Escuela de Música, con más de mil alumnos; el Centro Comercial “Gran Plaza”, tras una batalla feroz contra la Junta de Sevilla, a la que, dicho sea no incidentalmente, el Ayuntamiento de Roquetas le hace de banquero en servicios, en educación, no sólo en infraestructuras; el Aquarium; la monumental Plaza de Toros multiusos; la Feria Taurina, el Museo Taurino, los Centros educativos... Ser la población con mayor inversión en servicios sociales, gracias a la saneadísima economía municipal. Y los proyectos que la Junta de Sevilla impide: el Hospital, que el Ayuntamiento construiría, pero la Junta se niega a equipar; la imprescindible Autovía eterna, que el Ayuntamiento, así como la nueva entrada, ha acometido...
Es lógico, así, que los ciudadanos de Roquetas, desde 1995, valoren su gestión y lo reelijan como Alcalde.
Pero, claro en este país de mediocres, su buen hacer resulta insoportable para quienes no pueden ganarle las batallas electorales, por lo que hacen política de baratillo -a un mediocre no se le puede pedir grandeza, moral e intelectual, ni nobleza: mintiendo, qué bien te queda el papel, / después de todo parece / que es tu forma de ser, los retrata La Lupe- y empuñan el tomahawk con el propósito, miserable, de aniquilar o, al menos, acojonar con la afrentosa pena de banquillo a quien, con su eficacia y buen hacer, les tiene cerrado el paso hacia la Alcaldía, pues también ha cohesionado y relanzado al PP, que preside. Pero ignoran que Gabriel Amat, como los buenos toreros, sólo saldrá por la Puerta Grande o por la de la enfermería, jamás por una falsa, con deshonor. Cuanto más lo ataquen, más aguantará.
He repetido muchas veces que vivo en un mundo que cada día me asquea más. Todo vale y, no, no todo vale. No se respeta nada: hasta los deportistas y los políticos, para hablar, se tapan la boca: las cámaras espían para captar el lenguaje de los labios y atentar contra la intimidad, difamar. Los usuarios de telefoninos –y más si son marginales y/o amargados- con los facebook, twitter, instagram, whatsapp, periscope… y las redes mal llamadas sociales, son reporteros fotográficos, inventores de noticias que, con absoluta impunidad cuelgan en esas malditas redes, en las que el injuriado queda atrapado.
Se me acaba el espacio y apenas he empezado a vomitar mi náusea.
Tiempo han tenido, todos, de leer “Virtudes Públicas”, el estupendo ensayo de la Catedrática de Ética Victoria Camps, publicado en 1990. Dudo, claro, de que sepan qué es la Ética.
Gabriel Amat podrá decir siempre con Calderón: “tuve amor y tengo honor.”
No corras, que es peor A quienes somos del oficio –y llevo en él más de 40 años- no puede sorprendernos nada de la Justicia. Pero, claro, la ciudadanía tiene motivos de sobra para aterrorizarse a veces, como, por ejemplo, cuando se entera de que el caso de Resurrección Galera, la profesora de Religión despedida por el Obispado en 2001 al haberse casado con un divorciado, sigue dando coletazos en los Tribunales –que le dan, uno tras oro la razón- ¡tras más de quince años!
Tres Papas después, sigue teniendo razón… y en la calle.
José Morales Abad Ha muerto mi muy querido Pepe Morales, a quien conocí en Berja, jovencillo yo, cuando era Director de las Minas de Sierra de Gádor. Muchos días comíamos juntos, y era de los más íntimos amigos de mi padre.
Luego fue nombrado Director General de Minas y de Trabajo. Y, hace pocos años, hablé mucho con él, ya en Almería, con su aspecto de galán maduro a los casi noventa años, su sonrisa y buen humor.
Con su pérdida, Almería se empobrece, aunque su callejero lo recuerde para siempre. Y, a mí me entristece.
¿Qué fue del geyser? Cuando se construyó la Rambla –sigo sin entender por qué se llama de Federico García Lorca y no, por ejemplo, del Indalo, de Los Indalianos, o de algo netamente almeriense- el proyecto lo remataba la Plaza de las Velas –con muchas multicolores que giraban con el viento- y un geyser, que alzaba su airosa columna de agua.
Pero todo se escachifurció y, en vez de repararse, las velas y el pitorro desaparecieron. ¡Muerto el perro, se acabó la rabia!
¿Por qué resignarse; se restaurarán algún día?
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