El silencio de Rosalía, Diego y Juan

 Es difícil saber qué piensan los militantes del Partido Comunista de Almería de que Alberto Garzón haya sucumbido al ‘Cardenal Iglesias&

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 11 dic. 2016

uieren tanto a su partido que nunca lo dirán, pero sería demoledor saber qué piensan Rosalía Martín, Diego Cervantes o Juan Alfonso “el puntas” del viaje equinoccial de Alberto Garzón a Eldorado de Podemos; de su intento por diluir en la inconsistencia de los 140 caracteres de un tuit los millones de páginas que escribieron con su talento y con su vida miles de camaradas que aspiraron sólo- y nada menos- a convertir la quimera del comunismo en una imposible realidad cotidiana. Ellos, que nacieron a la política en la cultura de la clandestinidad y el destierro emocional, deben acercarse a la deriva servil del garzonismo desde el desgarro.
Uno de los pecados capitales de la izquierda situada más allá del reformismo socialdemócrata ha sido su inconsciente vaticanismo. 
Los viejos partidos comunistas se asemejaron desde siempre a una iglesia en la que el secretario general era, como el Papa lo es de Dios, el representante de Lenin en la tierra; el comité central el colegio cardernalicio y el comité ejecutivo los camarlengos. Iglesias rodeadas de santos laicos a los que venerar con la fe del carbonero.
La liturgia seguida con Fidel Castro es una muestra evidente de que la desmesura acampa con comodidad en El Caribe. Si en España a los santos se les saca de paseo un día al año rodeados de incienso y música, a los caudillos de ultramar la estación de penitencia les dura semanas. 
Siempre he pensado – y lo escribo con sinceridad- que no hay nadie más inteligente (y más peligroso) que un cardenal ateo. Por eso no me extraña que un tipo tan insustancial como Garzón haya sucumbido hasta la rendición impúdica ante un cardenal ateo que, además, se apellida Iglesias.
El posicionamiento del líder del Izquierda Unida ya le ha llevado a convertir a la coalición en Izquierda Hundida y su obsesión por sentarse a la derecha del padre de Podemos le hará acreedor de una victoria que ni Franco, con toda su crueldad, pudo conseguir: acabar con el PCE.
No sé, digo, lo que piensan Rosalía, Diego o el Puntas, pero no creo arriesgar mucho si escribo que, en ese rincón del alma en el que ni ellos quizá quieran entrar por miedo a encontrase con la verdad, se encuentra el desgarro más desalentador.
Como los curas de vocación y los militares de profesión, los militantes comunistas son tipos entrenados en la obediencia al mando- ¿qué era, si no, el centralismo democrático?- y es esa circunstancia la que les hace callar lo que el corazón y el cerebro y el alma- los comunistas españoles son tipos desarmados, pero nunca desalmados- les pide decir, tal vez con estruendo.
Que una panda de intelectuales pijos venga, ahora, a decirles que la Constitución del 78 fue una derrota, debe herirles en esa memoria que construyeron sobre el riesgo real e inquietante de aquella clandestinidad que les acercaba, cada día y a cada hora, a las puertas de la cárcel; que una banda de populistas de salón universitario con calefacción- a ver qué méritos democráticos les avalan más allá de los púlpitos televisivos-  califique de humillación aquella transición que llevó a los españoles desde la noche oscura del franquismo a la mañana luminosa de la democracia y, en su desmemoriada obscenidad, acusen a personas, como Antonio Muñoz Zamora, de haber pactado con el franquismo, solo puede provocar asco ; que unos niñatos sin mas alforjas que un puñado de libros leídos y sin más mochilas que unas asambleas universitarias vengan a decirle a quienes tanto hicieron- con su lucha- que son poco menos que traidores, son circunstancias que solo pueden provocar irritación o desprecio. De quienes han hecho de la sobreactuación y la apostura su postura política, de quienes reducen cien años de ideas a la ocurrencia efímera de un tuit no cabe esperar que valoren lo que tantos hicieron tan bien antes de que ellos hubieran nacido. La estupidez del adanismo se cura con la edad.
Pero lo que a Rosalía, a Diego y  a Juan tiene que dolerle más, aunque lo callen, es que sea su líder el que, en medio del gesto más obsceno de la rendición que es el servilismo, esté decidido, no solo a acabar con una historia de la que es necesario sentirse orgullosos, sino a enterrarla en una montaña de estiércol peronista.
Garzón puede aspirar a ser el perro que espera tendido en el suelo las migajas que desprecie Pablo Iglesias; al cabo cada uno se administra sus miserias como puede. Lo que no llego a entender es que haya camaradas de su partido que le acompañen alborozados al patíbulo o, como en el caso de Rosalía, Diego y Juan, guarden silencio desde la acera mientras ven pasar la procesión hacia la nada.







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