Hay cinéfilos que no aguantan la duración y el ritmo de los acontecimientos propios de una producción televisiva; y también hay amantes de las series que no logran empatizar con los protagonistas de una película en solo dos o tres horas. Por mi parte, procuro extraer el máximo disfrute de cada medio, pero mentiría si no dijera que mi consumo de series anual ha crecido exponencialmente en los últimos tiempos. Cada vez se hace más ficción televisiva y cada vez hay más facilidades para ver producciones de todo el mundo, pero ello no significa que sea siempre fácil encontrar nuevas candidatas para nuestras particulares maratones seriéfagas.
En este sentido, el reciente visionado de la segunda temporada de Happy Valley fue para mí un bienvenido soplo de aire fresco, tras unas semanas de ligero hastío televisivo. La serie británica creada por Sally Wainwright -suyos son los guiones de todos y cada uno de los capítulos, algo siempre digno de alabar- fue todo un descubrimiento en su primera temporada, pero esta nueva tanda de seis episodios ha conseguido pulir sus pequeños defectos y afianzar todas sus virtudes, convirtiéndose en uno de los poquísimos dramas policiacos actuales que realmente han conseguido engancharme -y, quizás más importante, emocionarme-. Muy recomendable.
Trollhunters, la serie de Guillermo del Toro, se mueve en un registro totalmente diferente, pero igualmente disfrutable. Los casi treinta episodios de su primera temporada pueden asustar a más de un espectador -en realidad son dos temporadas de trece episodios, de veinticinco minutos de duración cada uno- y, entre otras cosas, le falta lo que le sobra a Happy Valley -personajes femeninos potentes-, pero la estupenda animación, el carisma de los dobladores -escuchar al desaparecido Anton Yelchin produce tanta tristeza como alegría- y el paulatino incremento de su mitología hacen muy difícil no darle a reproducir el siguiente episodio.
Y qué decir de An Idiot Abroad -‘idiota a bordo'-… Mitad programa de viajes, mitad comedia situacional, la serie auspiciada por Ricky Gervais y Stephen Merchant basa su principal atractivo en ver cómo estos últimos ‘obligan’ a su colega Karl Pilkington -una persona cascarrabias y muy casera- a viajar por todo el mundo, participando en actividades de lo más surrealistas y/o incómodas: una propuesta quizás no para todos los gustos, pero cuyos capítulos se pasan en un suspiro gracias al estupendo nivel de producción y, sobre todo, al innegable carisma de su protagonista, el cual seguro que haría buenas migas con mi aguafiestas favorito, Larry David.
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