Adiós Miguel, hasta el café de mañana

Juan Torrijos
01:00 • 08 abr. 2017

He seguido los últimos meses de tu enfermedad a través de los muchos cafés tomados y largas conversaciones compartidas con un entrañable amigo en común. A veces me decía que habías vuelto de Madrid con la mirada llena del sol de esta ciudad. Tan tuya, tan nuestra, tan lejana a veces. Ni una palabra de queja en estos duros meses salió de tu boca ante una vida que se te escapaba café a café; quizás alguna sombra cruzó tus ojos, claros ellos, cuando cada mañana te enfrentabas al azul mediterráneo de tus recuerdos, de tu calle, de una vida (que se te escapaba, maldita sea) dedicada a la cultura. ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo, en momentos así, decirles a los amigos lo que sentimos por ellos, lo que pensamos de ellos, lo que nos duele el sufrimiento que están padeciendo? 
Han tenido que pasar unos días sin tenerte entre nosotros, sin que nuestro común amigo me cuente lo hablado contigo durante el café de la mañana, para ser capaz de sentarme y darme cuenta de que físicamente ya no estás entre nosotros. Nicasio tendrá que esperar para tomarse otro café contigo y yo para que me cuente cómo te encuentras. Pero estoy seguro de que lo haremos. No se puede perder la esencia de Miguel Naveros, el alma de un amigo, el espíritu de un luchador como tú en una tonta mañana del pasado mes marzo. Miguel seguirá en esta su “ciudad del sol”, en la playica de San Miguel (aquella que se nos volvió roja), en este periódico que tienen en sus manos y en tantos amigos como seguirán hablando y escribiendo sobre él, su literatura y sus enseñanzas.
“Saben una de las virtudes que más me gusta de Miguel, que se apasiona por las cosas. Te habla con una ilusión de la vida y del proyecto en el que está trabajando, que te convence y te hace partícipe de él”. 
¿Quién nos va a apasionar ahora que él se ha ido, quién ilusionar si él ya no está, quién convencer si se nos ha silenciado su voz? No perdamos la esperanza. De Miguel Naveros siempre nos quedará su imagen, su pipa (apagada o encendida), su melena al viento y sus palabras impresas, impresas para las generaciones que con él hemos convivido y para las que están por llegar. 
En esas palabras impresas leerán su amor por esta ciudad, por un pensamiento que ha defendido hasta el último día de su vida y por una cultura a la que dedicó, me gusta más decir que dedica, lo siento más cerca, todos los segundos de su existencia.
Adiós Miguel, hasta el café de mañana.







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