Pocos en el Reino Unido, y menos aún en España, y no digamos ya en el Peñón, se han dado cuenta de que la alusión del Rey Felipe VI a Gibraltar en su discurso en el Parlamento británico fue directa al grano con toda elegancia y diplomacia. Sin ofender a nadie, por mucho que el Ministro Principal Fabian Picardo. Sin farragosos recursos retóricos, históricos o legales. Sólo con la transparencia de los hechos: ahí hay un problema y con ‘determinación’, ‘diálogo necesario’ y ‘esfuerzo’ se puede resolver.
Y el Rey ‘confía’ en que eso sea posible. Es la idea que transmite toda la prensa británica, unos más que otros. La agencia Press Association (PA) ha sido la más despierta al titular: ‘El Rey de España predice un acuerdo sobre Gibraltar que será ‘aceptable para todos’. Incluso va más allá de las palabras de Felipe VI, al darlo por hecho, cuando el discurso fue sobre todo bienintencionado. Pero PA dio en el clavo al recoger que la solución deberá ser ‘aceptable a todos los concernidos’. Exactamente igual titula The Independent.
Esa es la fórmula feliz para la inclusión de los llanitos como participantes del acuerdo, aunque en realidad el contencioso es entre dos países soberanos, no una negociación a tres o cuatro como iguales. Hay dos iguales, los Gobiernos de ambos países, y otros dos menos iguales, las autoridades gibraltareños y las del Campo de Gibraltar, como ocurrió no hace tantos años. ¿En qué cabeza cabe hoy día que puede haber arreglo a espaldas de los llanitos?
Otros medios, como The Times, llevan a su primera plana la misma orientación del discurso: ‘El Rey Felipe y la Reina Letizia de España ofrecen cálidas palabras sobre Gibraltar: el Rey suscitó ayer la perspectiva de un acuerdo negociado sobre Gibraltar, pero su diplomacia desató una airada respuesta del territorio en disputa’. La mayoría de la prensa de papel y digital también destacan el llamamiento al diálogo, pero en realidad dedican mucho más espacio al glamour y boato de la visita, el desfile, las banderas…, y sobre todo al vestuario de Letizia y algo menos de Kate Middleton.
En el Gibraltar Chronicle se hacen eco igualmente del discurso, aunque es a través de lo que llama ‘inmediato reproche’ de Fabian Picardo al Rey por intentar, según él, intercambiar el Peñón ‘como un peón en una partida de ajedrez’. Nervios, muy nervioso está Picardo, que a su proverbial falta de dotes diplomáticas ha añadido ahora la furia prefabricada. Ni siquiera se ha molestado en leer ni ha querido entender que el deseo es llegar a un acuerdo ‘aceptable a todos los concernidos’. ¿Lo quiere más claro?
No es el único cegato, o merluzo, o malasombra. The Daily Telegraph da buen despliegue tipográfico a la vomitona verbal de Picardo: ‘Gibraltar reacciona con furia después de que el Rey de España desdeñara el derecho del territorio a determinar su propio futuro’. Es mentira lo del desdén, y es falso lo del derecho a determinar su futuro.
Que Londres siempre se haya amparado en esa coartada para no avanzar no quiere decir que sea cierta. Ya desmontó esa falacia la ONU cuando se estudió la el problema hasta la saciedad. Gibraltar no es un problema de autodeterminación, es una cuestión de descolonización. Su población, además, ni siquiera es oriunda, excepto una minoría de andaluces, sino que fue llegado en aluvión de todas partes del mundo. Por mucho que Picardo brame y diga que el discurso fue ‘antidemocrático’ por despreciar a los llanitos, están perfectamente incluidos en la visión del Rey para una solución.
Sólo son interlocutores Londres y Madrid, como dijo la ONU en su día y como está escrito en el Tratado de Utrecht, que el nacionalismo británico invoca como autoridad que es para la cesión del Peñón. Pero ese mismo Tratado, y esto siempre lo ocultan en Reino Unido, establece que no hay ‘cesión territorial alguna’, y por tanto tampoco hay aguas territoriales que valgan. Ni istmo. Ni aeropuerto. Cada vez que una patrullera española se acerca al Peñón para marcar territorialidad, hay quejas de ‘incursión’ o ‘violación’ de las aguas gibraltareñas.
Y así van pasando los años, aunque alguna vez habrá que remangarse y ponerse manos a la obra de negociar de verdad una solución. ¿Será ahora, con el Brexit?
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