Abrir la Plaza por la tarde

El cambio es ley de vida. Ignorar esta evidencia es un esfuerzo inútil que, como tal, tan sólo nos conduce a la melancolía. Pero esta norma universal no parece haber encontrado un ámbito fértil en nuestra, a veces, áspera ciudad, en donde toda variación es saludada con andanadas de desconfianza y pronósticos funestos. En Almería, todas las iniciativas nacen lastradas por un espíritu situado en las antípodas del entusiasmo, lo cual hace doblemente valiosos a los numerosos emprendedores que esta tierra sigue dando, pues han de añadir a las dificultades propias de cada nuevo empeño el peso y el poso de ese fatalismo tan almeriense que parece impregnarlo todo. Me refiero, por ejemplo, a quienes miran con rechazo la iniciativa de abrir el Mercado Central de Almería por las tardes, facilitando así la adquisición de productos frescos y de calidad a cuantos clientes veían limitado el horario tradicional de mañana. Pero mucho antes de que se abriera el mercado a finales del S. XIX, ya funcionaba como argumento comercial el adecuar la oferta a la demanda, que es una idea más vieja que el hilo negro. Y está claro que los nuevos ritmos de vida hacen necesaria una adecuación de los horarios de apertura de este tipo de establecimientos para facilitar la incorporación de nuevos clientes. Pero Almería es mucha Almería y no es posible que una novedad de este calibre se ponga en marcha sin la consabida relación de letanías y augurios nefastos: que si nadie va a ir, que si es un esfuerzo para los vendedores, que si la ruina del pequeño comercio, que si el fracaso y que si la desgracia. Y eso por no hablar ya de los que amenazan con bloquear y boicotear el intento. Qué ciudad, Señor. Acuérdense de la que se formó cuando el primer gran hipermercado, el recordado PRYCA, anunció su apertura en Almería. Nada sonó tan amenazador e incierto desde que San Juan escribiera el Apocalipsis. Hasta manifestaciones en contra hubo. Pero el centro abrió… y no pasó nada.