“La mujer, camarada y compañera del sindicalista Marcelino Camacho, Josefina Samper, ha fallecido la noche de este martes en Madrid a los 90 años de edad”. Con este mensaje tan escueto a través de las redes sociales Comisiones Obreras ha anunciado la pérdida para siempre de una de las almerienses más comprometidas con la libertad que ha generado nuestra tierra. Deja dos hijos, Yenia y Marcel Camacho Samper. Con motivo del 28 de febrero de 2016 la Junta de Andalucía hizo un reconocimiento público a su persona concediéndole la Medalla de Andalucía. “Me emociona que me reconozcan en mi tierra. Estoy muy agradecida”, confesó entonces a Simón Ruiz, en “La Voz de Almería”.
Josefina Samper Rojas vino a este mundo en Fondón el 8 de enero de 1927, fruto del matrimonio de un minero, Sebastián Samper, y una agricultora, Piedad Rojas. A principios de los años 30 del siglo pasado su padre emprendió el mismo camino que otros tantos almerienses: el de la emigración. Lo hizo a Orán (Argelia), donde permaneció un año alejado de su familia. Tenía Josefina 4 años cuando el resto de la familia fue al reencuentro con el padre. Desde muy niña tuvo que cuidar de su hermana menor mientras su madre hacía de lavandera por las casas.
Igualdad No había cumplido los 12 años cuando entró a trabajar en un taller de confección, donde adquirió sus primeros sentimientos de lucha por la igualdad. Fue entonces cuando se afilió a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y, dos años después, al Partido Comunista de España (PCE). En Orán también vivían todos los hermanos de Santiago Carrillo y fue el mayor el que le planteó entrar en el partido. Así que un día Josefina llegó a casa y dijo: "Padre, me he afiliado al Partido Comunista de España. Y a usted también". Su padre, Sebastián, lejos de darle un coscorrón, recibió la iniciativa con una sonrisa.
Nunca fue una militante pasiva. Todo lo contrario. Siendo aún una jovencita se encargaba de organizar a los niños de su barrio para que avisaran, usando el ruido de las latas, cada vez que la policía aparecía por allí en busca de republicanos escondidos.
Republicanos También hacía el reparto clandestino de la revista “España Popular”. Llegó a crear una cooperativa para la fabricación de zapatillas de rafia que sirvió de sustento de muchas familias humildes.
Recientemente rememoraba la historia de un barco lleno de republicanos, anclado lejos del puerto porque el gobierno de la Francia ocupada no le dejaba atracar. Estaba tan cargado que parecía que se hundía. La inmigración alquiló barcas y los niños, a los únicos que les permitían montarlas, les acercaban cada día la comida y el dinero que iban recolectando por las tiendas "para los emigrados políticos". “Nunca aprendí a nadar del miedo que desde entonces le cogí al agua. Es a lo único que le ha tenido miedo en la vida”.
Marcelino Camacho Un punto y aparte que marcó el resto de su vida fue el día que conoció a Marcelino Camacho. Tenía ella 17 años y formó un grupo de apoyo a los refugiados políticos. El PCE les dio el encargo de organizar un acto de recibimiento a tres compatriotas huidos de un campo de concentración de Tánger. Uno de ellos era Marcelino, que tenía 25 años. “Cuando lo vi, no pesaba ni 28 kilos, no tenía nada más que pelo y un mono con la p de preso”. Cuatro años más tarde, en 1948, contrajo matrimonio con él. "Un día me llamó –recordaba Josefina a “Mundo Obrero”-, me preguntó si tenía novio, le contesté que no me había dado tiempo más que para trabajar y tirar para adelante. Me dijo que si dábamos un paseo y a los pocos minutos me pidió noviazgo". Josefina no lo dudó: “Yo tenía muy claro que sólo me iba a casar con un hombre con el que compartiera mis ideas".
Con el noviazgo a Marcelino le llegaron los potajes de la señora Piedad, la futura suegra, y, con ellos, en seis meses engordó 20 kilos. El casamiento fue en la alcaldía de Orán, que el fotógrafo convirtió en boda adornando con velo y flores el pelo de Josefina. La foto del enlace presidía la alcoba de su casa.
En 1957, tras recibir el sindicalista el indulto, la familia regresó del exilio y al poco se estableció en el barrio madrileño de Carabanchel. Pero antes llegaron a Lavapiés, a casa de una prima de Marcelino, donde pasaron tres años difíciles. “Como veníamos del extranjero pensaban que teníamos dinero. Y habíamos llegado con lo que nos dio mi padre. Yo hablaba mal castellano, y aunque era de Almería me consideraban la extranjera”.
En la cárcel En Madrid, el matrimonio continuó con su activismo sindical. Mientras Marcelino permanecía más tiempo encarcelado que en su casa (15 años de cárcel en total), Josefina organizó en 1965, junto a otras mujeres de presos, el Movimiento Democrático de Mujeres para difundir el feminismo y también luchar por la dignificación de la vida de los presos políticos. A la vez, proporcionaba el sustento de su casa cosiendo pantalones para una sastrería y haciendo jerséis. Los jerséis que utilizaba su marido llegaron a convertirse en iconos de la transición (los populares ‘marcelinos’). Cinco días después de la muerte de Franco el matrimonio Camacho volvió a reencontrarse con la ‘normalidad’ tras el indulto del rey Juan Carlos. Una vez fallecido Marcelino, en 2010, Josefina mantuvo una intensa actividad como transmisora de la memoria de quien había sido su compañero durante varias décadas.
A Josefina le hubiera gustado vivir el resto de sus años en su barrio de Carabanchel. Pero el matrimonio vivía en un cuarto piso sin ascensor. Un día el secretario general de Comisiones Obreras Fernández Toxo les hizo una visita y vio que aquéllas no eran condiciones de vida para un matrimonio tan mayor. El sindicato les facilitó otra vivienda más accesible en Majadahonda, cerca de sus hijos, donde la pareja de luchadores ha vivido sus últimos días. “Cuando uno se cae, se levanta rápido y anda", dijo Josefina en la despedida de su marido. Ayer, ella no se pudo levantar.
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