Todo un mar de solidaridad. Un océano de esperanza salpicado de la espuma del cariño y del apoyo. Almería respondió de modo unánime al llamamiento de los padres del pequeño Gabriel, y Puerta Purchena se convirtió el pasado viernes en el rompeolas de todos los consuelos y en una interminable secuencia de oleadas de abrazos. Vuelve pronto, Gabriel. Aparece ya, pescadito, que es como le dice su madre. Miles de personas y miles de peces dibujados junto al cartel con la cara más difundida en los medios de comunicación llenaron la mañana, en una celebración espontánea de afecto por una familia que está atravesando la más negra de las pesadillas. Aún sin respuestas ciertas a la hora de escribir estas líneas, Almería vive pendiente del sobresalto de la última hora, de la última declaración o del último avance sobre una desaparición que se prolonga más allá de lo soportable. Y esa incertidumbre es aún más dolorosa que la más dolorosa de las certezas. Cuando los padres del niño perdido se abrazaron en el escenario levantado en el centro de la ciudad, toda Almería se sumó de algún modo a ese estrecho y silencioso lamento que todos compartían, incluso sin estar físicamente en Puerta Purchena. Y esa era la única buena noticia de la mañana: la sensibilidad de Almería hacia el dolor de la familia y el deseo de hacer visibles las ganas de hacer algo por remediarlo. Lo interpreto como un síntoma que viene a negar el discurso del desapego e insensibilización de una sociedad egoísta y despreocupada. La clave del acto no era otra que la sinceridad en los que allí estaban y el deseo de estar allí de los que no podían hacerlo por cualquier razón. Ojalá la aparición del pequeño Gabriel convierta estas líneas en un texto desactualizado o que no pueda publicarse porque la noticia de que finalmente Gabriel ha podido abrazarse con sus padres ha variado por completo la paginación del periódico. Ojalá estas líneas no sean más que un texto irrelevante escrito desde la impotencia. Ojalá.
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