¿De verdad no tenían miedo? Eso gritaban, arrogantes y exaltados, los cabecillas y los manifestantes de la revolución catalana.
Sin embargo, han demostrado ser poco coherentes y, al menos, siete de ellos huido al extranjero aunque parece que, el más significado, avista ya, en Alemania, la meta final de su escapada.
No puedo entender la mentalidad de Puigdemont, un sujeto atrabiliario y ciclotímico, un mediocre segundón –si quieres conocer a Carlillos, dale un carguillo- que, hasta el lunes, ha vivido en un tiempo y en una realidad imaginarios, oficiando como el loco Segismundo: “sueña el Rey que es rey, y vive / con este engaño mandando, / disponiendo, gobernando”.
Estos revolucionarios han pecado, creo, de chulería, de considerarse inmunes frente a la ley, a la razón y a la realidad, de ser más listos que nadie y, un poco a la manera de iluminados célebres, han querido liberarse incluso de la realidad para hacer el mundo a imagen de sus deseos. Y no fueron conscientes de que luchar contra un Estado de Derecho grande –España- integrado desde el 1 de enero de 1986 en una entidad jurídicopolítica superior –Europa- sólo podía conducirles a la tragedia que vive Cataluña. No son, pues, patriotas: sabían de la ruina que iban a causar a su república: más de 3.000 empresas, deslocalizadas; la Agencia del Medicamento, perdida; la regata IV World Race, cancelada anteayer; las inversiones, idas; los hoteles, el turismo, el comercio, arruinados… Un patriota sólo anhela el bien de su el bien común de su patria. Y estos cafres sabían que, por el camino elegido, sólo la llevaban a la ruina.
Con todo, repito algo ya escrito: el Gobierno tuvo en su mano evitar el desafuero aplicando el artículo 155 de la Constitución para evitar el Referéndum de 9 de noviembre de 2014. Y pudo hacerlo con mayor, digamos, comodidad que ahora, pues el PP contaba con una amplísima mayoría tanto en el Senado (163 senadores de los 105 necesarios) como en el Congreso: 186 diputados, de los 176 necesarios.
Si se hubiese aplicado, habríamos ganado tres años en la lucha contra el crecimiento del independentismo: ciertas enfermedades sólo se curan con una intervención quirúrgica radical. Y se intervino cuando Cataluña era ya una tierra sin Ley, y abonada para el crecimiento del independentismo: con todos los reparos que debemos ponerle a los censos, en el Referéndum de 9 de noviembre de 2014 votó el 33%, y el sí obtuvo 1.861.753 votos; en el de 1 de octubre de 2017 votó el 43%, y el sí obtuvo 2.044.038 votos.
Y, en las Elecciones de 21 de diciembre de 2017 el separatismo ha obtenido el 47% de los votos pero mayoría absoluta en su Parlamento. ¡Ay, si Rajoy hubiese leído a Sun Tzu!: “La rapidez es la esencia de la guerra”, “No hay ejemplo de una nación que se beneficie de la guerra prolongada”, y llevamos desde que el 19 de diciembre de 2012, Artur Mas y Oriol Junqueras, firmaron el “Acuerdo para la Transición Nacional y para Garantizar la Estabilidad del Govern de Catalunya”; “Un general inteligente lucha por desproveer al enemigo de sus alimentos. Cada porción de alimentos tomados al enemigo equivale a veinte que te suministras a tí mismo”. Y el Gobierno español, lejos de desproveerlos de su alimento, ha propiciado su engorde, conscientes de que no pasaba nada. No se ha hecho política y ya desde Platón se sabe que “el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres”.
¡Es como si Sun Tzu hubiese escrito el cómo y cuándo aplicar el artículo 155 de la Constitución española!
¿Y en qué consiste la vacuna del 155? En algo muy simple: en administrar la autonomía para ordenarla, con los más amplios poderes, como se hace en las empresas quebradas, por emplear la palabra de todos conocida. ¿Cómo es posible, así, que los medios públicos de comunicación sigan con sus mismas direcciones, alimentando la revolución; que no se haya depurado –horrible palabra- la Policía autonómica; que los Comités de Defensa de la República y ”Arrán”, las violentas juventudes de la CUP -escupen sus sentimientos como si fuera sangre, diría Rilke- hayan tomado la calle a la manera de la kale borroka, con los Mossos repartiendo porrazos; los políticos y los jueces, escoltados por policías madrileños; la Forcadell sustituida por un rebelde que afirma que ningún juez puede perseguir a un Presidente catalán, y aprueba en el Parlamento una resolución exigiendo la liberación de los “presos políticos”, con desprecio a la separación de poderes; que los revolucionarios –más los Podemos de Ada Colau- se hayan negado a condenar la violencia en la calle; que el tibio Iceta, socialista, proponga un gobierno de concentración, apoyando, así, a los independentistas; que UGT y CC.OO. se hayan sumado a la manifestación anunciada por ANC y Omnium Cultural contra la Justicia “represiva”, ¡por no hablar del Defensor de -parte del- pueblo catalán!; que se haya incendiado el Ateneo Popular de Sarriá; que se corten las autovías y ciudades enteras estén bloqueadas…
¡Coño, menuda administración!
Rajoy es pastelón perezoso: alguna vez he dicho, dada su afición al ciclismo, que es más llaneador que escalador, que transmite la sensación de estar empanao y de haber dicho “que lo resuelvan los jueces”. Y, claro, dejó pasar el tren, con olvido de que como decía el sabio Miguel Delibes, “en la vida, las cosas y las personas tienen su momento”. En 2014, muerto el perro se hubiese acabado la rabia creciente.
Sobre todo en política más vale prevenir que curar. Y pudo –y debió- preverse y prevenirse lo que era inevitable que degenerase. La enfermedad se declaró en diciembre de 2013. Estamos en abril de 2018. Y ni se ha curado ni de tiene visos de hacerlo en un plazo previsible.
Lo cierto es que, hasta que Cataluña tenga un gobierno legal, el español tiene cogida por el mango la sartén del artículo 155, una norma en blanco que permite la adopción de las medidas necesarias para lograr la normalidad. Es Rajoy quien no debe tener miedo. ¿Y, para qué ha servido su tardía y mínima aplicación? Para, de manera desquiciada, convocar a toda prisa unas elecciones cuyo resultado era más que previsible y que, lejos de solucionarlo, han agravado el problema; para apartar a unos cuantos… relativamente, pues sacan sustitutos –muy mediocres- como cerezas: ahora, la desbocada alcaldesa de Gerona, y para que la Administración civil funcione, pero se ha visto –lo prueba el resultado electoral- que eso no preocupaba en absoluto a quienes malmandaban y a sus dos millones de votantes.
El Estado de Derecho tiene que ganarle la guerra–“rompimiento de la paz democrática”- a los insurrectos, a los sin ley. Tiene que haber vencedores y vencidos. Y ganada la guerra, habrá tiempo para todo, por los cauces legales.
Hay que resolver la anomalía de la insoportable vida diaria, recuperar el estado de bienestar. Y eso, toca a los políticos. Pero ¿hay en el gobierno algún ministro político? El fiasco de la Vicepresidenta es para ser estudiado en las Universidades.
Decía Lyndon B. Johnson: “no está en nuestra mano recuperar el ayer, pero sí ganar o perder el mañana.” ¡Pues manos a la obra! ¿O hay que derogar el 155 para contentar a los vascos y que aprueben los Presupuestos? ¡Coño: otra vez manos de los nacionalistas!
Mañana empezó ayer. Como en el chiste de Eugenio: “¿Cuándo sale el rápido para Barcelona? “¡¡¡Ya!!!”
Debe ser el gobierno quien grite ¡no tinc por!
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