La necesidad de despojar a lo femenino de su esencia, esto es, a las mujeres de su humanidad, y de publicitar de manera convulsa los actos depredatorios contra ellas cometidos en grupo revela una débil masculinidad. Ésta, la masculinidad, que representa lo contrario del machismo, no precisa el cobarde amparo en el número ni la propaganda del vídeo o del "WhatSapp" para gozar de lo que le atrae, ama y necesita, así como tampoco aprovechar los efectos del alcohol o de cualquier otra droga para someter la voluntad o laminar la lucidez de quien, pudiendo ser compañera o "paternaire" en ese gozo del trato carnal consentido, deseado e igualitario, se prefiere muñeca inane, zombi o mero recipiente sexual.
Si hablamos de La Manada, no sólo la sentencia del tribunal de Pamplona ha de resultar inquietante, pese al desnortado voto particular del magistrado disidente, defensa cerrada de La Manada más que voto discrepante de la sentencia, y a la controvertida envergadura de ésta, que facultaría a los condenados a pisar las calles en muy pocos años de la vil e indeseable manera en que han venido haciéndolo. Inquietan más cosas, casi todo lo que rodea y evoca éste desolador caso, y, sobre todo, inquieta la utilización sectaria y populista del mismo, que echa más leña al fuego en la pugna entre la visceral justicia callejera y la templada y garantista de los tribunales, una pugna fatal.
Inquieta la brutal cosificación de la mujer en éstos tiempos, el descrédito falaz de lo masculino, el que nuestro país sea el mayor consumidor de prostitución, es decir, de esclavitud, de trata, e inquieta la desprotección de la libertad de las mujeres, particularmente de las jóvenes, a las que no se instruye para defenderse de las manadas, de las muchas que pululan en su entorno y que seguirán pululando y depredando así eleven los tribunales de apelación a 20 años la sentencia a los miembros de ésta que ahora nos ocupa. Inquieta la nula política preventiva de abusos y violaciones, que ha de estar necesariamente más basada en la educación y la cultura que en el castigo de lo que ya ha dejado su daño irreparable.
E inquieta el cinismo de la clase política, que se rasga las vestidura por la sentencia a La Manada, cuando ella es el poder legislativo y en su mano está componer las leyes que sirvan y eleven a la sociedad.
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