La Plaza Vieja

Emilio Ruiz
07:00 • 13 may. 2018

El proyecto de urbanización de la Plaza Vieja, diseñado por la arquitecta Susana Ordaz, tiene al menos una parte positiva: que las obras aún no han comenzado y, en consecuencia, es susceptible de cualquier tipo de modificación. No iba a ser ni el primer ni el último proyecto que sufre una modificación. De hecho, ¿cuántos proyectos modificados se han realizado sobre la remodelación de la Casa Consistorial, precisamente el edificio más significativo de la plaza? Varios. La cuestión estriba en saber si esa alteración de la idea original es posible, por la flexibilidad de sus promotores, o bien la confianza en el proyecto es absoluta y las obras se van a llevar a cabo tal cual con todas las consecuencias. 


La nueva propuesta de configuración de la Plaza Vieja ha suscitado un intenso debate en sectores políticos, pero también en movimientos ciudadanos y entre la gente de a pie. Los hay, como es lógico, a favor y en contra del proyecto –mi impresión personal es que hay más de los segundos que de los primeros-, y tampoco faltan quienes hacen una descalificación global del mismo. Son estos últimos quienes menos razón tienen. El proyecto es innovador y atrevido que dota al espacio de una visión radicalmente distinta de la que tiene ahora. Susana Ordaz lo justifica en el deseo de dotar de dotar de protagonismo a las edificaciones, ahora ‘absorbidas’ por la espesura de los ficus y el pingurucho de Los Coloraos. Los opositores de la idea piensan que se sustituye una ‘plaza mediterránea’ por una ‘plaza castellana’. Tienen razón en el concepto, pero eso no significa que el proyecto de Ordaz sea inasumible. No es necesario hacer ahora un recuento de plazas preciosas que carecen por completo de elementos vegetales.


No me voy a resistir a la tentación de ofrecer mi opinión particular. Es una opinión de escaso o nulo valor y posiblemente carece de fundamento. Pero nada me cobra el director de este periódico por darla. En principio, aprecio el valor de los diseñadores atrevidos. Susana Ordaz ha demostrado que lo es. Comparto con ella la idea de desterrar de la plaza el pingurucho, que ganaría esplendor en un espacio más abierto. Y también la idea de suprimir los ficus. Son árboles demasiado invasivos que incluso a los pocos días de su tala anulan su entorno por la rapidez de su crecimiento. No comparto, por el contrario, el criterio de la diseñadora de dejar la plaza completamente diáfana. El conjunto edificado puede dotarse de protagonismo sin renunciar a algunos elementos vegetales. El mantenimiento de las actuales palmeras no rompe esa idea. Habría que complementar esas palmeras con algunos otros espacios verdes. No sé cuáles ni cómo ni donde colocarlos, pero la plaza, tal como está diseñada en el proyecto, me parece demasiado desangelada.



 El debate ha entrado en tal nivel de polémica que creo que el Ayuntamiento haría bien en echar el freno de mano. Afortunadamente, se está a tiempo de elaborar cierto grado de consenso. Carecen de razón quienes piensan que esta polémica es cosa de quienes “intencionadamente quieren abrir una brecha en torno a este asunto, pensando que eso les va a suponer un rédito electoral o que van a conseguir que no se hable de los problemas que tienen en su propio partido”. No es así. Ya les gustaría al PSOE y a IU, que se han manifestado desde el primer momento en contra del proyecto, contar con tanto fervor popular. En el mismo sentido que ellos se han manifestado organizaciones tan poco sospechosas como Amigos de la Alcazaba –tan críticos con la Junta de Andalucía, gobernada por el PSOE, en otras cuestiones-, Foro Almería Centro, el Colegio de Arquitectos, Grupo Ecologista Mediterráneo o Ecologistas en Acción. También se han manifestado en contra profesionales de todo tipo que consideran que el tema, tal como está planteado, merece una pensada. Un paréntesis no tiene por qué ser un retraso. Considero un error continuar adelante en la ejecución de un proyecto que tantas disconformidades suma. Si el empeño está en hacer la obra así, hágase y asúmanse las críticas, que esto entra en el sueldo, pero que nadie pueda aducir que su voz no ha querido ser oída.





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