La triste noticia del fallecimiento de Julio Alfredo Egea me hizo recordar un artículo que escribió mi padre el novelista Manuel Villar Raso sobre Julio Alfredo Egea y su obra en el 2011. A ambos les unía una pasión por viajar y por el mundo de las letras. Mi padre era novelista. Julio poeta. Ambos eran académicos y colegas.
Con mucho cariño les hago llegar el artículo de la misma forma que mi padre, Manuel Villar Raso, lo escribió:
JULIO ALFREDO EGEA
(Contador de historias inolvidables)
Me ha llegado un regalo inesperado, un festín sabroso cara a la navidad, el III volumen en prosa de las Obras Completas de este singular escritor almeriense de Chirivel, con quien tuve la suerte de cruzar el Sáhara en mi primera travesía por ese desierto, en un momento en el que ni sabía que Julio Alfredo Egea era tan gran poeta como extraordinario maestro en prosa de una naturaleza, llena de gentes, campesinos y seres marginados, así como de parajes sin señal alguna de seres vivos, desde la Amazonía a las tierras vírgenes de Alaska, desde la India a China, y desde el África profunda a Egipto. Inolvidable la travesía de aquellas interminables jornadas bajo el calor de las arenas del desierto, cuando el temible harmatan africano, que él soportaba impasible con su eterno pañuelo rojo alrededor del cuello o tapándose la cabeza, nos azotaba sin piedad. Desde entonces, Julio Alfredo Egea ha estado en mi pensamiento como uno de los hombres más singulares con quienes he tenido la fortuna de viajar.
Porque aparte de virtuoso poeta, Julio es capaz de sacar partido a argumentos mínimos y a nuevos territorios, de cruzar llanuras inhóspitas, siempre creando un estilo propio de sabrosa perfección, repleto de anécdotas, para regresar a sus soledades de Chirivel y seguir contando estrellas, cabalgando a la vera de Don Quijote de la Mancha y de Marín Fierro. La absoluta variedad de registros en su prosa van de Chejov a Poe, de Borges a Cortázar y a Clarín, y son tan singulares como el anecdotario de sus premios y honores literarios concedidos a su trayectoria por toda la geografía nacional, desde Cataluña a Salamanca, de USA a Sudamérica, donde sus recitales, muchos compartidos con su amigo Rafael Guillén, son tan numerosos que, como él mismo dice, “casi me avergüenza contarlos”.
Entre los relatos más notables, de un lirismo contenido que se convierte en magia, está “El Sastre de Fantasmas”, la historia de Sigfrido Waldeck, sastre de Adolfo Hitler, refugiado después de la segunda gran guerra en una isla del Pacífico. Reportero entonces de un Diario de los Ángeles, la CIA le dio información secreta del lugar en el que se hallaba oculto este singular sastre y Julio Alfredo fue en busca de su personaje cruzando el Pacífico hasta dar con él en la playa desierta de la isla de Tau, en el archipiélago de Samoa Occidental.
Maestro de cuentos cortos y memorables argumentos, viajero total por todo el ancho mundo, Julio Alfredo Egea nunca ha dejado de recorrer tierras, siempre a bordo de veleros y coches endebles, y, de no haber acompañado más veces a la Universidad de Granada en nuestras expediciones africanas se debe a la enfermedad de su mujer, Patricia, que lo ha mantenido anclado en su casa de Chirivel. En el barco, Oberoi Shehrezad, vestido de faraón por aguas del Nilo, Julio soñó que Juan Ramón Jiménez miraba con reproche a este lírico trotamundos impenitente y lo llamó “impuro”. Humillado por el reproche, él le contestó con humildad que era el escritor mejor de Chirivel y el mayor poeta de la pluma, aclarándole a continuación, con sentido del humor, que era dueño en su pueblo natal de un gallinero con más de trescientas gallinas.
No sé si su amor por las aves se debe a su condición de poeta o de cazador, o a la conjunción de ambos, pero sus versos y la permanente necesidad de asistir al nacimiento de las flores son su vida. Puesto del alba es un tributo a sus andanzas cazadoras desde la niñez, aunque considerándolas, al igual que Delibes, dentro de su amor por la Naturaleza como un ejercicio para sentirse integrado en ella. Disfraz de nieve es un cuento singular, una historia de amor con una catedral de fondo y la amenaza que suponen las palomas en edificios históricos, La rebelión del abecedario es ya el juego mágico de palabras de un gran escritor, y gira en torno al proceso de la escritura con las nuevas tecnologías.
En el relato autobiográfico, Guitarras y violines, el músico Evaristo Salvago vislumbra la felicidad perdida al final de su vida. En los Alrededores de la sabina nos presenta con ojos de poeta a un árbol que casi nadie conoce, en una comarca tan singular como el territorio de los Vélez. En la Rambla, otro libro especial sobre su biografía, el niño de la guerra que fue nos descubre las travesuras de su memoria y la tremenda existencia de la crueldad. El relincho es uno de sus cuentos más emotivos, una historia infantil que se desarrolla desde la infancia y la inocencia hasta la cruda realidad de una enfermedad, con la magia de la felicidad como telón de fondo. Otros cuentos de parecido lirismo son La Patria soñada y la huerta mágica en homenaje a Federico García Lorca y ambos son ejemplo de un buen cuento combinado en las que el narrador está presente en el relato desde el principio al final.
Como afirma Pedro M. Domene, la variedad de temas en los múltiples relatos de Julio Alfredo Egea revisan la historia, formulan juegos de palabras, evocan el mundo animal, la melancolía de tiempos pasados y su inhumana sinrazón, la tragedia de la sed, las catástrofes, la infancia, la vejez, la añoranza del pasado, el mundo desaforado de los jóvenes por la droga, las deformidades, sobre las que Julio escribe con especial sensibilidad, las ciudades perdidas de Mauritania. Y acaban Domene, Paco Jiménez, Enrique Molina Campos y otros críticos almerienses, para quienes Julio Alfredo es su gran poeta, que él siempre deja constancia en sus relatos de esa sensación que uno siente cuando cierra un buen libro, respira hondo, deja pasar unos minutos y no para de pensar en las historias contadas que el autor finaliza sin concesiones de una forma compacta e inolvidable.
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