Criminales, esclavos o enemigos en general de la antigua Roma, eran arrojados a la arena del circo, indefensos ante animales salvajes para entretener a la plebe como fuera, así dejaban tranquilos a sus gobernantes con sus problemas. Marx decía que la religión
es el opio del pueblo, hoy el fútbol ha ocupado ese lugar y, cuan un circo romano, la gente vuelca sus peores sentimientos al terreno de juego, sobre todo en fútbol base, pues hay menos control en actitudes salvajes de aficionados, padres, entrenadores y, por imitación, de niños.
Lo acontecido con Álvaro, de 9 años, jugador del Club Natación Almería, al que le han roto tibia y peroné, es reflejo de lo que ocurre cada semana en los campos. Los chavales escuchan improperios en las gradas y muchos aguantan presiones de entrenadores y familiares. He llegado a ver a un padre bronquear a su hijo por no parar un gol; el niño lloró de rabia, impotencia, frustración,… y quizás por tener a aquel padre, mientras continuaba jugando.
Protejamos como sociedad a nuestros niños de todo esto que les aleja del juego limpio, el compañerismo, la deportividad, el afán de superación sin ánimo de vejar a nadie,…
Es hora de legislar para que la violencia sea una excepción, y no dejar a las federaciones a su libre albedrio porque es evidente que no hacen nada. Se puede rebajar, por ejemplo, el nivel de competitividad en estas edades, sin ir más lejos, en balón cesto obligan a que todos los chavales convocados jueguen al menos dos cuartos.
Mi hijo tiene la suerte de estar en un club (CNA) y de tener un entrenador que sí le dan importancia a los valores nobles del deporte, pero se enfrenta cada semana con otro ambiente hostil. ¿No deberíamos llevarnos a nuestros hijos del campo cuando hay malas praxis? Debemos denunciar esta situación siempre porque, como decía el romano Cicerón, “La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”, no dejemos que los violentos nos la cuelen cada semana.
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