De Rato al Vox de Vista Alegre

Pedro Calvo Hernando
14:00 • 10 oct. 2018

La condena de Rodrigo Rato a cuatro años y medio de prisión y la insistencia de Pablo Casado en ilegalizar los partidos independentistas catalanes son dos hechos que se dan de patadas entre sí y que subrayan el abismo de contradicciones en que anda sumergida la política española. La condena de Rato es el gran cacharrazo en la cabeza del PP, que acaba de sufrir así el más fuerte golpe en materia de corrupción. El empeño de ilegalizar a los indepes es un hecho contradictorio con lo anterior y entraña una propuesta ridícula dentro del planteamiento político general del primer partido de la derecha española.


Me explico. Exigir la ilegalización del independentismo es tanto como afirmar que tal posicionamiento político es algo mucho más grave que protagonizar la gran corrupción en este país. Es como poner en pecado mortal a los partidarios de la separación de Cataluña y en estado de gracia a los grandes soportadores de la gigantesca corrupción política y económica. Es como un enorme disparate que implica una gigantesca contradicción. Por mucho que se esté en contra de la independencia, nada comparable con la estricta necesidad de estar radicalmente en contra de la corrupción, y más si ésta es gigantesca.


Rodrigo Rato lo ha sido todo en este país y hasta estuvo a punto de ser presidente del Gobierno. O sea, la persona menos indicada de todas para resultar luego convertida en el paradigma de lo que jamás puede soportar un personaje público. Es por eso que constituye una gran desfachatez por parte de Pablo Casado incurrir en contradicciones como la que comento. Mejor hubiera estado Pablo pidiendo la ilegalización de su propio partido que pidiendo la de los demás. No lo digo en serio, pero alguien podría decirlo. Yo rogaría al PP y sus dirigentes una cura de sentido común y de humildad para no incurrir en contradicciones tan severas como las que comento.



Lo que noto es que me acabo de sumergir en un terreno atestado de resplandores odiosos en el que a lo mejor no habría que sumergirse nunca. Lo dejo en la duda. Una duda que propicia todavía más el manejo de las contradicciones que apabullan dentro de la política española. Se mire por donde se mire. Por ejemplo, por el lado del adelanto al 2 de diciembre de las elecciones autonómicas en Andalucía, que 


Susana Díaz acaba de decidir. El adelanto de tres meses coloca el punto de partida que iniciará una nueva etapa en esta carrera que se aceleró con la moción de censura que se llevó por delante a Mariano Rajoy hace cuatro meses largos, aunque parezcan cuatro siglos, y eso en medio del verano y sus calores.



Sólo nos faltaba la irrupción del ultraderechismo xenófobo que se anuncia en el Vista Alegre madrileño, lugar del desembarco de Vox con buena asistencia de público. Estos chicos parece que buscan la oportunidad española de calcar aquí lo que está sucediendo en media Europa o quizá más, como es el caso de Francia, Italia, Austria, Hungría. Y no digamos en Brasil. La ultraderecha en España se consideraba dentro del PP y de Cs, pero parece que los hay todavía mejores. Yo no voy a caer en el error de pedir su ilegalización, mientras que respeten las leyes de la democracia y no cometan delitos.


Lo de Vista Alegre hay que tomarlo como un aviso bien clarito de lo que los más ultras se proponen. Habrá que combatirlos con las armas de la política y del bien hacer en ese terreno. Pero ya verán como a alguien se le ocurre exigir su ilegalización. ¿El ocurrente será también Pablo Casado? Supongo que no, pero tampoco me sorprendería excesivamente que a alguien se le ocurriese. Este verano que acaba de terminarse nos ha traído demasiados disparates como para que algo pudiera sorprendernos. ¿Alguien se apuesta algo a que sucede alguna cosa extraña con el tema de Vox?




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