La Biblioteca de Sarajevo

Moisés S. Palmero Aranda
14:00 • 30 oct. 2018

El 24 de octubre se celebra el día de las bibliotecas. Se eligió ese día por una propuesta de la Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil, para recordar la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo en 1992 durante la guerra de los Balcanes. Es una historia digna de recuperar, que nos hace reflexionar sobre la sinrazón humana.


Una historia que debería contarse ahora, en estos momentos de banderas, de lazos amarillos y palabras hirientes que pretenden dividir los pueblos.


El hombre que decidió quemar la Biblioteca Nacional era una persona culta, un poeta, un intelectual que citaba a Shakespeare de memoria, que impartía cursos de “Poesía y critica” en la Universidad de Sarajevo. Se llamaba Nikola Koljevic y la noche del 24 de agosto mandó disparar proyectiles de fosforo sobre el maravilloso techo de cristal que había cumplido el siglo dos años antes. Sabía que ardería todo el edificio, que se quemarían millones de libros, algunos incunables, algunos escritos por él.



Aquel edificio era una representación de la mezcla de culturas que habían pasado por la ciudad, que convivían como hermanos, hasta que la formación ultranacionalista “Partido Democrático Serbio” decidió borrar siglos de historia, achacar todos sus males a la interculturalidad, regresar a la “Gran Serbia” del pasado. Como intelectual y vicepresidente del partido fue él quien ordenó el asedio de Sarajevo y quien dio la orden atroz de quemar siglos de historia, de culturas, de sabiduría, de recuerdos.


Quiero pensar, por eso del matiz literario, que Nikola lloró aquella noche, que dudó en el momento de dar la orden, que giró la cabeza para no ver las consecuencias de sus ideas, de sus actos, de su locura. Quiero pensar que tras la derrota años más tarde, aquel incendio lo atormentó durante el resto de su vida, que fue ese el motivo que lo llevó a la bebida, que lo hizo suicidarse en 1997, el mismo año que los Amigos del Libro Infantil y Juvenil pidieron al Ministerio de Cultura que se recordase aquel día, que se celebrase la importancia de la cultura, de la literatura, del conocimiento para vivir en paz, para compartir, convivivir, un punto de encuentro para unir pueblos, para construir un futuro en paz. Pero sé que me equivoco.



Aquel hombre nunca se arrepintió de lo que hizo, ni de los libros quemados, ni de los cientos de personas que perdieron la vida en aquellas guerras de la antigua Yugoslavia.


Probablemente murió pensado lo cerca que estuvo de conseguir sus objetivos, frustrado porque no le dejaron acabar lo empezado, atormentado por su fracaso. Por desgracia es una acción que se ha repetido a lo largo de la historia de la humanidad, porque los hombres como Nikola sabían que en los libros se esconden las respuestas que muchos no quieren escuchar.



Pero en esta historia no tenemos que darle la importancia al verdugo, sino a los héroes que, previendo lo que acontecía, salvaron y escondieron decenas de libros de incalculable valor, que con el edificio en llamas, goteando sus paredes material incandescente, arriesgaron sus vidas para rescatar algunos libros al olvido, que recogieron aún calientes varios días después, para guardarlos y poder restaurarlos años más tarde.


En 2014, la Unión Europea y el gobierno de Qatar pudieron reconstruir e inaugurar la Biblioteca Nacional de Sarajevo. Una pequeña victoria para minimizar la barbarie, pero no para olvidarla.


Y da un poco de pena ver que la historia se repite y es cíclica, que los nacionalismos  vuelven a resurgir blandiendo la pureza de sangre, buceando y seleccionando de la historia los pasajes que mejor le van a su cruzada.


Debo reconocer, para terminar, que esta opinión no pretendía ser política, pero ha sido  inevitable no mezclar las dos historias. Mi intención era homenajear la labor que hacen los bibliotecarios de nuestros pueblos, intentando dotar de contenido sus humildes rincones; luchando a brazo partido contra las nuevas tecnologías; protegiendo sus estantes del olvido buscando un lector para cada libro, un libro para cada lector; resignándose al triunfo de la publicidad y de los best seller; dándole su espacio a los escritores locales que crecieron, y aprendieron a soñar, entre sus estantes; organizando cuentacuentos para unos niños que nacen navegando en la red; animando los clubs de lectura y los talleres literarios; agradeciendo que un día, al menos un día al año, la gente se acuerde de ellos.


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