Supongo que, a estas horas, el pobre Pepu Hernández, gran entrenador de baloncesto y político cuya calidad está aún por comprobar, estará más que arrepentido de haber aceptado la súplica de su amigo Pedro Sánchez para encarnar al candidato socialista al Ayuntamiento de Madrid. Ha faltado tiempo para que le investiguen su hoja (confidencial) de declaraciones a Hacienda e incluso para que críticos desde la ignorancia calificasen, ahora, sus actuaciones como deportista. A este paso, lo de Ruth Beitia va a ser nada. El país de los tuiteros inmisericordes se lanza como buitre contra todo aquello que significa ruptura con lo convencional, con lo que desde hace años no funciona pero se mantiene. ¿Alguien de fuera de la política para ser político? Qué horror. Y entonces hala, empiezan los disparos.
El deportista de éxito ejerce una suerte de fascinación sobre una clase política (y sobre todos nosotros) incapaz de saltar un listón situado a más de veinte centímetros del suelo y no digamos ya de encestar como Dios manda o de subir a la red como Nadal. Por eso, un día me confesó Vicente del Bosque que no uno ni dos partidos políticos, sino alguno más, le habían tentado para que entrase en las listas electorales. Del Bosque es mucho Del Bosque y dijo, clarividente, que no. Una cosa es entrenar a Iniesta en la selección nacional y otra regir los destinos de un municipio. Y conste que desde siempre he defendido la necesidad de abrir la muralla de la política a una sociedad civil que ha sabido acumular el mérito en muy otras cosas diferentes a eso que se ha dado en llamar ‘política’, y que es la manera de representar a los ciudadanos.
Pero una cosa es una cosa y otra, otra. No es lo mismo fichar, como en los tiempos de UCD, a los mejores profesionales del foro, o de la cátedra, o de las oposiciones de elite, que echar mano de actores, cocineros de luxe, cantantes, periodistas o deportistas para que seduzcan a unas masas sedientas de acercarse a sus ídolos y, de alguna manera, controlarles votándoles y, de paso, pagándoles el sueldo. El mito se derrumba cuando al famoso le sacas de su hábitat. Las apariciones en televisión no son tan gratificantes como las presentan. Y, en este sentido, el sacrificio que a Pepu Hernández le ha pedido su amigo Pedro Sánchez es tremendo: que los niños que sueñan con ser Marc Gassol vean a este hombre desgañitándose en peleas de sal gorda con Ciudadanos o con el PP, por ejemplo. Pepu, versus Villacís o versus Carmena: no tiene nada que hacer. Pobriño.
Si de veras es su amigo, Sánchez le podría haber ahorrado este trago. Y, de paso podría haberse ahorrado él mismo la ocurrencia, el bochorno de quemar a un hombre apreciado y respetado y a quien, en adelante, como a Beitia, recordaremos por muy otros pasajes. Los políticos de, ejem, raza, como Sánchez, son así: te utilizan como un ‘kleenex’ desechable, al que se saca el valor mientras se puede y luego se le tira al cesto de los trastos viejos. Cuídate, Pepu, de los idus del superdomingo de mayo.
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