Para celebrar el cuadragésimo aniversario de la Constitución Española, en los circuitos políticos y editoriales ha entrado el libro “Los periodistas estábamos allí para contarlo”, donde ciento cincuenta compañeros, entre plumillas y gráficos, damos testimonio de lo que fue la transición. El titánico plan sanador de un país con hambre atrasada de libertades a la muerte del general Franco en 1975.
El libro está de ronda por España. El jueves fue presentado en Castilla y León, con un acto organizado por el club de “La Opinión”, el periódico local. Nos pastoreó Carmen Ferreras, el alma del club. Y allí estuve junto a Justino Sinova, Fernando Jáuregui y los televisivos Jesús Alvárez y Sergio Martín (Sergio representó el legado periodístico de la transición)
De momento, una precisión de fondo. Los periodistas estuvimos allí, como testigos de un decisivo acontecimiento de nuestra reciente historia, para algo más que “contarlo”, como dice el título del libro. Fue un relato con implicación. Estuvimos allí para contarlo, sí, pero también para comprometernos.
Es una de las claves del papel que hicimos. Vale la pena señalarlo cuando celebramos el cuarenta cumpleaños de la Constitución. De modo que esos ciento cincuenta “egos” que aparecemos en el libro quedaron entonces confiscados por un objetivo de mayor cuantía: la recuperación de la democracia, violentamente interrumpida el 18 de julio de 1936 con el golpe de Estado de Mola, Franco, Queipo y compañía.
Los periodistas del aquel momento desbordamos los intereses gremiales, de frecuente aparición en nuestros días, y nos pusimos al servicio de un objetivo de mayor cuantía. Como transición no es disrupción, sino gradualismo hacia usos y costumbres prohibidos en el reinado franquista, los periodistas de entonces seguimos especialmente dotados para detectar el progresivo deterioro de aquel espíritu generoso que también supo poner en práctica la clase politica.
Dígase por derecho que la España democrática, unos y otros, periodistas y políticos, habló con una sola voz. Y ese espíritu es el que se ha malogrado con el paso de los años, las generaciones y los planes educativos descentralizados. No quisimos, no supimos o no pudimos poner en valor la obra de la transición.
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