Los Hermanos Pinzones eran unos… fachas

Sin ánimo de sentar cátedra viajera, uno diría que el factor diferencial más notable de la ciudad de Nueva York no es su arquitectura de perfil cinematográfico, ni tampoco su vértigo de razas y acentos. Lo que hace de la llamada Gran Manzana la capital del mundo es haber sabido procesar su trazado urbano con la luminosa sencillez de la matemática cartesiana: avenidas y calles que se cruzan en direcciones que suenan a pantalla y plano corto. Calle veintidós oeste de la quinta. Intersecciones claras que te orientan rápidamente, como si el Zapillo fuera un distrito más de Manhattan.

Si las calles españolas tuvieran números en lugar de nombres, nos ahorraríamos muchos psicodramas urbanos y algún que otro bochorno protagonizado por alcaldes gestuales, asociaciones pintureras y gurús del ombliguismo solemne. Aquí, cada dos o tres semanas sale algún ofendido doliéndose porque el nombre de alguna calle le recuerda una perfidia histórica indigna de formar parte del modelo y la pauta que ellas y ellos prescriben a diario en su incansable labor de apostolado. Lo malo es que este exceso de celo purificador genera situaciones descacharrantes, como cuando la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, le quitó -por “facha”- una calle al almirante Cervera (1839-1909) para dársela al cómico Pepe Rubianes, el inolvidable intérprete del “Que se metan su España por el culo” (sic) y otros juegos florales. En esta línea de desdicha emocional, algún colectivo prescriptor almeriense lamenta que nuestro callejero siga honrando con ecos franquistas a los Hermanos Pinzón, a los que deben considerar como precursores náuticos de la Falange, a pesar de haber vivido y navegado en el S. XVI. 

Creo que la única opción de conservación de la calle sería que una asociación LGTB entrase de oficio e hiciera valer como eximente la orientación sexual que apuntaba la coplilla escolar. Quitarles la calle por franquistas o mantenérsela como miembros de colectivos no estigmatizables. Pedazo dilema, oyes.