Perdóneme el lector la incursión en el terreno personal, pero hoy he tenido que asistir a dos de esos desayunos en torno a candidatos para las elecciones municipales y autonómicas. Estoy en Madrid, y los protagonistas eran, claro, aspirantes a ocupar el Ayuntamiento y la presidencia de la Comunidad madrileños. La noche anterior, había entrevistado en televisión a uno de ellos, y a otra la había encontrado en un acto similar dos días antes. A los principales, a los que tienen posibilidad de llegar al cargo, los tengo ya, y espero que no suene de manera peyorativa ni prepotente -no es mi intención-, muy vistos. Como tenía bastante vistos a tres de los cuatro candidatos nacionales a la presidencia del Gobierno, es decir, a los que podrían, y creen que aún pueden, llegar a sentarse en el principal despacho de La Moncloa.
Quiero decir que me conozco casi como si fuesen parientes a los personajes y sus programas. Sobre todo, sus discursos. Y hasta sus automóviles brillantes, sus chóferes, sus guardaespaldas, sus jefes de Gabinete y de comunicación, toda esa parafernalia que parece inevitable. A un periodista veterano y con síndrome de actividad permanente, como quien suscribe, ya le sorprenden muy pocas cosas. Uno ha aprendido a detectar los errores, los cambios sutiles y progresivos en las posiciones de 'no es no', a husmear cómo se va disfrazando el 'donde dije digo, digo Diego'.
Las alianzas y rupturas más o menos proclamadas en estas dos jornadas de entrevistas de Pedro Sánchez con los líderes de la oposición en el palacio presidencial van a dar aún muchas vueltas hasta que lleguemos a la primera sesión de investidura, allá por mediados de junio -coincidiendo, casualidades de la vida, con el previsible fin de la vista oral contra los secesionistas catalanes: muchos acontecimientos juntos-. Por eso le aconsejo a usted que no se fíe demasiado de las comparecencias ante la prensa en estos momentos: hay mucho postureo, porque dentro de tres días comienza de nuevo -oficialmente, repito, porque de hecho ya digo que todo son desayunos, mítines y carreras hacia las teles y radios- otra campaña electoral, cuando ni tiempo habíamos tenido de digerir la primera.
Constato que no remontan el vuelo. Me alegro, eso sí, del cambio de talante de Pablo Casado hacia posiciones de oposición 'más templada', del brazo tendido -más o menos- de Pedro Sánchez, del principio de renuncia a ambiciones ministeriales -también más o menos- de Pablo Iglesias. Lo que vaya a hacer el Ciudadanos de Rivera en cuanto a alianzas, nacional, autonómicas y locales, sigue siendo un misterio, quizá hasta para el líder 'naranja'. Nada vamos a sacar en limpio hasta conocer el resultado de estas nuevas elecciones, cuando algunos venderán caro su pellejo y otros quieran salvar, al menos, los muebles. Y, mientras, la música y la letra siguen sonando iguales, aunque sospechemos que en la trastienda se juega la verdadera partida de póquer. Es más o menos lo de siempre. Y eso es realmente lo malo. Que todo cambia aunque ellos quisieran que todo siguiese igual.
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