Según la encuesta sobre Movimiento Natural de la Población, publicada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la pérdida de población registrada en España durante el año pasado alcanza cifras record con un saldo vegetativo negativo (equilibrio entre nacimientos y decesos) de 31.245 personas. España ha registrado en 2017 un total de 391 930 nacimientos, el número más bajo desde el año 1996. La tasa de natalidad se sitúa en 8,4 nacimientos por cada mil habitantes, resultando la más reducida de toda la serie histórica desde el citado 2016.
El año pasado nacieron en España 391 930 niños, representando un descenso del 4,5 % respecto del año anterior, con 18.653 nacimientos menos. Desde 2008 (culmen del desaforado crecimiento antes de la crisis), año en que nacieron 519.779 niños, representó el máximo en 30 años. También ha descendido levemente el número de hijos por mujer, que se sitúa en 1,31 frente al 1,34 de 2016, mientras que la edad media a la hora de tener un hijo ha ascendido hasta los 32,1 años, y es la más alta de toda la serie histórica.
Una vez vistos los datos estadísticos, vayamos a la realidad cotidiana.
Con independencia de las loables excepciones -que las hay-, los jóvenes de hoy que rondan los 35 años son “víctima” de una generación (sus actuales padres) que ha sido educada en valores morales, sacrificio, esfuerzo y honradez que, a su vez, fue transmitida por sus padres (los abuelos de los actuales zangolotinos). Aquella generación de la posguerra introdujo códigos de obediencia, respeto y responsabilidad que ahora se han permutado por el colegueo, individualismo y la okupación/dependencia de los progenitores que, “como queremos lo mejor para nuestros hijos, y que no pasen las falticas que nosotros padecimos”, les hemos permitido (las más veces por imperativo legal) cosas que antes se resolvían con un morrillazo a tiempo. No digamos nada sobre la instilación de códigos de conducta derivados de la progresía política que han convertido la educación, la formación y los deberes y obligaciones en un campamento de verano.
Así las cosas, con las debidas excepciones en plausibles modelos de educación y formación, el “entorno” se ha encargado de atenuar o anular el esfuerzo de notabilísimos modelos educativos en círculos académicos y familiares que se han visto superados por las redes sociales y la televisión: ese zangolotino rascándose el escroto y la choni hialurónica han suplantado a ‘Cesta y puntos’, lo cual es un avance cualitativo para entender la situación actual.
Afortunadamente, para el bien de la especie, hay quienes tratan de superar las dificultades que hoy les hacen reticentes a la formación de una familia por la ausencia de estabilidad laboral y económica. La volatilidad del valor seguridad es un hándicap que redunda en la contumacia de una estadística que hace muy difícil el crecimiento demográfico y la sostenibilidad del sistema de pensiones dependientes de las cotizaciones derivadas del rendimiento del trabajo.
En muchos casos los padres (ahora, progenitor A y progenitor B) trabajan fuera de casa y, con un natalicio a la vista, se presenta un periodo de baja por maternidad remunerado hasta un límite que, en la práctica, no resuelve las necesidades de atención de un bebé. La realidad es que, una vez concluida la baja maternal, la madre se incorpore al trabajo para no hacer peligrar su continuidad laboral. Esto viene a complicar la situación: los padres trabajando en la calle, y el bebé de seis meses en continuo trasiego.
El dato estadístico sobre la caída de la natalidad no es una novedad, se viene observando y acuciando sin que se ofrezcan las medidas correctoras o incentivadoras para el aumento de la natalidad. No obstante, 14 000 ¡catorce mil millones de euros! se fueron para unas subvenciones de las que se desconoce su finalidad, beneficiarios y utilidad.
Me pregunto si sería muy difícil que uno de los padres pudiese acogerse a un periodo de reducción de jornada y con derecho a remuneración completa, sufragada mediante una fracción de esos difusos catorce mil millones de euros. Así, se sigue trabajando y cotizando; se tiene dinero para los gastos sobrevenidos; se dedica tiempo y atención al bebé… Esta sería la mejor inversión que un Estado moderno podría hacer en favor de su propia pervivencia. No hay mejor inversión que la dedicada a la nueva vida y a la estabilidad de sus progenitores. Pero no lo quieren ver… y la estadística sigue amenazando.
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