Nada de cuanto está pasando estos días en la escalada de tensión entre Washington y Teherán puede entenderse sin recordar una fecha: el martes 3 de noviembre de 2020. Ese día se celebrarán elecciones presidenciales en los Estados Unidos y Donald Trump aspira a ser reelegido presidente. Y son muchas las probabilidades de que pueda conseguirlo. La economía norteamericana creció un 3,2% en el primer trimestre de 2019 y el paro está en un 3,6 %, la tasa de desempleo más bajo en los últimos cincuenta años. Trump juega fuerte dentro y fuera de casa. En casa remacha sobre la idea que le llevó a la Casa Blanca: América primero.Y ahora, en los primeros compases de una campaña que será tan larga como agresiva va a todas partes con el eslogan de "Hacer América grande otra vez".
En ése concepto de grandeza se integra la imagen de ser la primera potencia militar del planeta. La que más presupuesto dedica a Defensa. Obama había apostado por el multilateralismo, Trump está más cerca de la filosofía del gendarme mundial. Es de justicia reconocer que en la crisis con Corea del Norte su manera poco diplomática de concebir la diplomacia rindió un buen servicio a la causa de la estabilidad de la región consiguiendo que Kim Jong Un, el dictador coreano, suspendiera el programa nuclear y los lanzamientos de misiles que amenazaban la seguridad de Corea del Sur y del propio Japón. Pero lo que en el lejano Oriente funcionó, en el próximo, no. Jugó un papel confuso en la guerra de Siria apoyando a milicias kurdas enfrentadas a Turquía, país aliado de la OTAN, y en las relaciones con Irán la crisis se viene agudizando desde que Washington se desvinculó del Plan Integral que establecía restricciones al programa nuclear irani a cambio del levantamiento de sanciones y de que Teherán pudiera volver a operar en los mercados internacionales. Ahora hemos asistido a la crisis de los drones y los ataques a petroleros en el Estrecho de Ormuz, el último incidente es el derribo desde Irán de un dron espía norteamericano.
Es un episodio confuso. Parece que al conocer el ataque Trump habría ordenado responder -Estados Unidos tiene en la zona un grupo naval de combate encabezado por un portaaviones-, pero en el último minuto cambió de idea y suspendió la orden. Pero la tensión sigue. Los analistas internacionales recuerdan que Irán no es Iraq. Su potencial militar es muy superior al que tenía Sadam Husein. Además Teherán cuenta con el respaldo de Rusia y de China. Una escalada bélica en una región que produce la mitad del petróleo que se consume en el planeta, desestabilizaría la economía mundial. Es legítimo que Trump quiera ser reelegido presidente, pero no debería jugar con fuego porque en este tipo de conflictos la única certeza es cuándo empiezan.
No como terminan .
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