Tras la pasada noche, el alba de media España despierta con la resaca de los viejos y tradicionales ritos sanjuanianos. La vida es hoy más agua y fuego, una suerte de ensoñación mágica que ha cautivado a los más escépticos, de norte a sur, de este a oeste. Anoche, con una de las lunas más grandes del año, como el pan de beata, recordé algunas de las muchas historias y relatos que cuando adolescente escuché en días como ayer en los labios del rompeolas y los bies de las eras de algunos pueblos del Almanzora. En noches como la última, bajo los cielos estrellados del Sur, anduve inmerso en un tiempo en el que las tradiciones y leyendas de las gentes de los pueblos andaluces viajaban con el viento templado de estas calendas. Eran historias que conjugaban la sorpresa con los sentimientos de aquel entonces. Historias crueles en algunas ocasiones, amorosas y, sobre todo, mágicas porque la magia no ha estado nunca ausente de noches y madrugadas como las precedentes, en las que el viento del solsticio de verano ha llevado y traído palabras que hablan de la vida misma.
En días como hoy, sentado a la sombra de un olmo viejo, escuché con atención la historia relatada por un anciano de mi pueblo que me inquirió acerca de si conocía la leyenda del Peñón de la Encantada. Tras la repuesta negativa por mi parte, que sí sabía de la existencia de una pequeña elevación del terreno al que daban tan sugerente nominación, muy próxima adonde nos encontrábamos, el buen hombre, en uno de los contextos legendarios más recurrentes, se remontó a la presencia musulmana en estas tierras. Según su relato, muy similar a otros muchos, el califa que habitó en el castillo tenía varias hijas, una de las cuales estaba dotada de una exuberante belleza, a la que encerró en una torre-calabozo para impedir su relación con un joven cristiano. Tras ser asaltada, la recóndita ciudad quedó bañada en un charco de sangre, de odio y de crueldad.
Nadie reparó en revisar el calabozo y la joven murió sola sin saber cuánto había ocurrido en el exterior de su cárcel. Nunca más se supo de ella. Sin embargo, desde entonces, contaba mi relator, algo ocurre en este montículo cada víspera de San Juan. A la media noche se trasluce junto al peñón la figura espectral de una hermosa mujer que vaga en silencio hasta sentarse junto a la fuente que mana bajo las piedras. En el sosiego de la vigilia la dama se descalza y moja sus pies en el agua que refleja el brillo de sus cabellos. Dice la leyenda que es la encantada del peñón, también llamado de San Juan.
A veces, las leyendas dejan de ser tales y determinados pasajes de la realidad cotidiana pueden provocar más de un sobresalto. Anteayer compartí la celebración amigable del enlace de una joven pareja: Esther y Juan Pedro. La elección del escenario y la celebración en sí no han podido ser más acertados. La festiva velada transcurrió por los cauces previstos, con gran animación y diversión para la mayoría de los numerosos invitados. Sin embargo, la extrema curiosidad histórica y el desmesurado interés por conocer y ver de alguno de los convocados a punto estuvo de sumergirle, no en la piscina de la Colonia Agrícola de San Antonio de la Florida, -escenario de la celebración-. como hicieron algunos de los invitados, novio incluido, sino de brindarle un viaje en el tiempo a la década de los sesenta. Mientras los acordes de los temas seleccionados por el DJ movían los cuerpos en la pista de baile y las copas alimentaban el ánimo, el ilustrado escolano de la Villa quiso constatar si algún vestigio confirmaba la estancia de Francisco Franco en las solariegas estancias de la finca. No equivocó sus pasos mi acompañante, quien nada más traspasar el zaguán halló una cuidada placa conmemorativa que da cuenta de la presencia del dictador en la colonia fundada por el presbítero Antonio Ayas Sánchez, que tuvo “el honor de recibir al Jefe del Estado…con motivo de su visita a la Comarca. Huércal-Overa, 30 de Abril de 1961”.
Saciado el interés, el escolano reparó en la ubicación, a pie de la placa, de una lujosa bañera de mármol labrada. Sin dudarlo, se introdujo en la misma para averiguar si los baños que usara el general golpista también quedaron impregnados del aire marcial y autoritario del histórico personaje. No sé si fue la supuesta convicción o la mezcla del cansancio y los efectos de los elixires, el hecho es que el indagador celebrante quedose dormido en tan original aposento. El sueño le debió sumir en una extraña pesadilla relacionada con el motivo de la visita de Franco a los campos huercalenses, pues durante un buen rato no cesó de exclamar: “¡Agua, más agua¡.. Sólo ha sido uno más de los sueños –reales- de la noche de San Juan.
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