Eduardo Fajardo fue, por encima de todo, una buena persona. En su trayectoria vital, que se ha prolongado por casi un siglo, Almería jugó un papel determinante, protagonista. En esta tierra encontró su lugar en el mundo, un espacio en el que, como dijo en una ocasión: “He encontrado todo lo necesario para ser muy feliz”.
Nos conocimos cuando yo era un iluso estudiante de Comunicación Audiovisual que afrontaba su trabajo final de carrera que, como no podía ser de otro modo, dediqué a la ‘trilogía del dólar’ de Sergio Leone. Quise acercarme a él para que contextualizase aquella Almería del cine, la del esplendor de los años 60, y la del apasionante spaghetti western.
Su atención fue exquisita, como he comprobado que la ha sido durante estos años con cualquier persona que le ha pedido algún tipo de colaboración. Para esto su generosidad no tenía fin. En aquel encuentro me dio una clave que no olvidaré nunca, una máxima en la que solidificó su prolífica y exitosa carrera, “para que te vaya bien en la vida tienes que aplicar la norma de las tres P”, me soltó con su grave y experimentada voz, “paciencia, prudencia y perseverancia”.
Resulta difícil resumir con menos palabras su carrera artística, que abarca casi 200 películas y más de 80 obras de teatro, más otros trabajos en televisión. La paradoja de su trayectoria no la pudo describir mejor su amigo Franco Nero: “Es una persona fantástica. En todas las películas hacía de malo y en la vida real es bueno como un niño”.
Tras triunfar en el cine español de la llorada Cifesa, lo más parecido a una gran productora de cine que hemos tenido en España, especialmente memorable su actuación en ‘Balarrasa’, se marchó a México a “hacer las américas”, donde le fue muy bien compartiendo cartel con celebridades como María Félix o el actor japonés Toshiro Mifune. Para la historia queda su incursión en ‘Ánimas Trujano’, una de las obras maestras del cine mexicano.
En los 60 regresa a casa y empieza a convertirse en un habitual de las coproducciones europeas que se ruedan en España, muchas de ellas en Almería, y en este periodo se produce la mágica conexión con la tierra del Indalo, a la que desde entonces consideró su hogar. Se convierte en un icono del spaghetti western. Curiosamente uno de sus papeles más aclamados lo libra en una cinta que no se rodó en Almería, ‘Django’, de Sergio Corbucci.
Su altura, distinguida figura, elegancia y sobriedad interpretativa, le allanaron el camino del incipiente género y propiciaron que en la mayoría de títulos desempeñase el rol de antagonista. Con el actor Anthony Steffen tuvo una química especial. Tras el western interpretó los papeles que más valoró de su carrera en ‘Fuenteovejuna’ y ‘La barraca’.
Pero cuando le cambiaba la cara, cuando le brillaban los ojos de ilusión, era al recordar todo el trabajo que llevó a cabo con personas con discapacidad en los diferentes grupos de teatro que dirigió, así como cuando acercó algunas de esas obras a las personas mayores de residencias de Almería. Ahí se mostraba Fajardo en toda su esencia, y se apreciaba su grandeza como actor pero, sobre todo, como persona entregada a los demás.
Es un día triste para la cultura, el cine y la provincia de Almería porque hemos perdido a uno de sus mayores defensores. Tenemos que celebrar que Eduardo Fajardo decidió ser un almeriense más. Estamos obligados a no olvidar nunca su legado. Es uno de esos hombres privilegiados que ha conquistado la inmortalidad, pues siempre vivirá en la memoria de decenas de generaciones de todo el mundo y en cada uno de los personajes a los que iluminó con su estrella en la gran pantalla. Eduardo ahora brilla en otro firmamento donde su luz nunca apagará. DEP
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