Ganar la Batalla del Ebro

Si usted es de los que piensan que Pedro Sánchez no es un mentiroso, permítame que exprese desde aquí mi reconocimiento público a ambos. Al que está en funciones de presidente por su mérito de hacer creer determinadas cosas a determinada gente y a usted por su inabarcable benevolencia. Eso sí, tenga cuidado si escucha alguna vez algo sobre ratones y dientes. No haga mucho caso a las maledicencias que sobre un tal Pérez van soltando por ahí algunos padres con ánimo confrontador. Pero con o sin embustes, la campaña electoral que Sánchez “no quería” y las elecciones que trató de evitar “por todos los medios posibles”, le van a llegar justo en el momento en que a su izquierda se presenta -casualmente- un partido destinado a agitar un poco más el caladero de la podemía con un mensaje más amable, que parece diseñado para buscar alianzas postelectorales que no generen el mismo nivel de rechazo que el producido por los Marqueses de la Coleta. Casualidades. Y a su derecha, vuelve a salir al terreno de juego -justo ahora- la momia de Franco, a ver si con suerte a algún sobreactuado se le ocurre encadenarse a las rejas de la basílica del Valle de los Caídos o algún facha habla bien de los pantanos, para que así la brigada de guardianes de la ortodoxia pueda disertar sobre la vigencia de un tipo que lleva ya muerto más años de los que gobernó. Y como postre, una nueva (deben ir ya por varios miles) película sobre la Guerra Civil en plan malos y buenos, cuyo director ya ha dicho antes del estreno que lo de Franco está muy vivo, extremo que ya ha sido confirmado por los más interesados. Pero Sánchez no quería elecciones ahora, no. Ni pensarlo. Añadan a esto que también de modo inesperado volverán los “viernes sociales” y que el tiempo que podrían dedicar los medios a hablar del paro, de las pensiones o del déficit lo dedicarán a hablar de cómo Pedro Sánchez ha conseguido ganar por fin la Batalla del Ebro. Pero todo sin querer, oiga.