El ejercicio de la oposición política es generalmente ingrato, porque te obliga a pedir cosas que sabes que no puedes tener, y hacerlo además con la sutileza que te permita, eventualmente, aceptar lo que rechazaste y deplorar aquello que propusiste. Una tarea compleja que sólo termina de conocer bien aquel ha de asumir la contraargumentación del discurso del poder y que, usando el inmortal verso de Lope, podríamos resumir en “quien lo probó lo sabe”. En todo caso no parece prudente abandonarse a lo hiperbólico y dejarse deslizar por la bien aceitada pendiente del despropósito, convirtiendo el necesario ejercicio del control político al gobernante en un festival de ocurrencias. Lo digo porque la última elaboración estratégica del Grupo Municipal Socialista ha sido acusar al alcalde de prevaricación por modificar el PGOU para hacer negocio en la Plaza Vieja. Así; tal cual. Y del mismo modo que los manuales de cortesía en la mesa recomiendan no descorchar los cavas con sonoros taponazos, convendría reflexionar sobre la línea de actuación del grupo socialista en el Ayuntamiento, porque quedan tres años de Corporación y no sabemos si el Código Penal entero les va a dar para tanto estrépito. Y no sé si me sorprende más que la argumentación de la oposición sea denunciar ante la prensa algo que, en paralelo, debería haber sido denunciado en el juzgado de guardia, o la falta de curiosidad periodística por saber si semejante afirmación se sostenía en algo más que en las impresiones personales de la portavoz, Adriana Valverde. Si tan seguros están de que el proyecto de remodelación de Plaza Vieja esconde un meticuloso plan de negocio para favorecer o favorecerse, no hagan perder el tiempo a los periodistas con canutazos estupefacientes: acudan a los tribunales y déjense de esparcir sospechas por si acaban prendiendo en alguna azotea despoblada. Y es que algunas maneras de actuar en la oposición parecen confirmar las prolongadas razones de ese ingrato estado.
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