Una de las formas de la felicidad consiste en blindarse contra tu propia biografía. En el momento que asumes tus propias contradicciones o cabalgas tigres, como dijo en su día el futuro vicepresidente bolivariano, la serenidad te domina y vislumbras un horizonte de transversalidad cósmica.
Este formidable estado, que es el que aparentemente tiene ahora Pedro Sánchez, también se puede explicar recurriendo al castizo concepto de la sudoración escrotal. Y es que cuando todo te la suda, eres feliz. Por eso Pedro Sánchez sigue siendo un tipo feliz a pesar de la sentencia del Caso ERE que conocimos ayer. Que se haya probado que el PSOE estableció una red clientelar desde el gobierno de la Junta de Andalucía para consolidarse en el poder y generar enriquecimientos ilícitos de personas afines al partido no afecta para nada a los planes del Dr. Sánchez, ni a la consideración ética que se pueda establecer sobre su partido. Por lo tanto, no tiene sentido venir ahora con recordatorios franquistas e intolerantes de que los mismos motivos que le llevaron a ensamblar una moción de censura contra el gobierno de Mariano Rajoy podrían serle aplicados, uno por uno, al propio Dr. Fraude.
Todo eso le da igual al firmador de libros ajenos, que ha decidido atornillar sus posaderas al banco azul, impasible el ademán y ajeno al bochorno que provoca repasar la hemeroteca de sus redondas frases sobre la corrupción ajena. Pero lo determinante no es ahora el alcance penal de la sentencia o la evaluación jurídica del proceso. No. La clave del asunto es que no se ha condenado a un grupo de políticos. Se ha condenado a un régimen. Un estilo infame de gestión que traspasó con aplomo las fronteras de la ley, cimentando el subdesarrollo democrático en Andalucía al urdir una trama de saqueo para sostener una red de compraventa de apoyos.
Una vergüenza de la que además se jactaban. “Andalucía, imparable”, ¿recuerdan? Bueno, pues parece que por fin han mandado parar.
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