¿Disciplina social? ¿Pero qué me comentas?

Se apela con insistencia estos días a la disciplina social como uno de los frenos más útiles a la expansión de contagios. El sistema parece haber dado buenos resultados en China, foco inicial de la pandemia, en donde las medidas de confinamiento y control de ciudadanos han sido impuestas de manera expeditiva. Poca broma con un funcionario chino disfrazado de astronauta y con un termómetro en la mano. Ahora bien, ese nivel de arresto domiciliario está chocando en España con nuestro jovial estilo de vida y con el absoluto desprecio que desde hace décadas venimos aplicando sobre el concepto mismo de disciplina. 

El sentido de autoridad era una herencia directa del franquismo de la que convenía ir desprendiéndose rápidamente para abrazar como se merecía la esperada y necesaria llegada de las libertades democráticas. Así, la disciplina era una exigencia castrante, impropia de los nuevos tiempos y que debía procesarse como un residuo autoritario de la que toda la población debía estar exenta, salvo los militares, los clérigos y los alumnos de algunos colegios. Con ese caldo de cultivo, que ha ido erosionando la autoridad de los maestros, de los facultativos y, en definitiva, de todo aquel que en un momento determinado puede y debe dar una orden de beneficioso cumplimiento, resulta casi milagroso que buena parte de la población haya accedido a encerrarse pacíficamente en sus casas, almacenando alimentos suficientes como para montar una franquicia de restaurantes. No obstante, hay quien todavía sale a la calle enarbolando la bandera de una presunta e inalienable libertad personal, desafiando todas las recomendaciones sanitarias, las instrucciones gubernamentales y hasta las multas. Mi duda ahora (estar en casa todo el rato te deja mucho tiempo libre para darle vueltas a la cabeza) es dilucidar quiénes son más irresponsables: los que salen a pasear por el Paseo Marítimo o los que convocan manifestaciones en contra de los criterios y avisos sanitarios.