Que trata de marginados y de hablas marginales en el XVI

Luis Cortés Rodríguez
07:00 • 15 ago. 2020

Tras hacer jornada en una destartalada venta, ya comenzaba a amanecer cuando don Quijote y Sancho reemprendieron la marcha  Apenas habían caminado media legua, divisaron bien a lo lejos seis u ocho personas, todas a caballo. Resultó ser la comitiva que acompañaba al caballero vizcaíno don José Ametis del Serrallo, quien había participado, muchos años atrás, en la conquista de Málaga y que, posteriormente, se dio al estudio de las letras, en especial de la poesía y de los discursos eclesiásticos. Caminaba junto a él, en ese momento, su maestro en esta tardía vocación literaria, el doctor Antonio Narbona de Tomares, hombre muy culto y académico de Gramática y Retórica en la Universidad de Sevilla, llamada de Santa María de Jesús. 


Cuando don Quijote supo que el cortejo era gobernado por un conquistador de Málaga, dirigiose a él y díjole ansí:

—Ilustrísimo señor, un conquistador y un caballero andante somos igualados por las desdichas y las alegrías, si bien uno prolongando los límites del reino y el otro enderezando tuertos. Es este el motivo por el que me placería compartir mesa con vuestra merced, sean las viandas perdices escabechadas y sazonadas y exquisitas frutas o una cebolla con queso tan duro que pareciera hecho de argamasa.



Don José Ametis del Serrallo, aunque con la duda de que a aquel hombre no le hubiere sobrevenido algún accidente de locura, aceptó la invitación. Tras mandar a sus acompañantes descabalgar, fuese con el doctor Narbona de Tomares a compartir las viandas que traían con el caballero, pues éste, que había hecho la invitación, solo disponía de dos duros mendrugos. Sancho, tras ver que no era llamado por su amo, fuese solo, cariacontecido, a la sombra de alguno de los árboles que por allí había. Una vez sentados los dos forasteros con don Quijote, el caballero preguntó esto:


—Señor conquistador, ¿podríame decir qué les trae por estas tierras, de dónde proceden y cuál es su destino?



—Venimos de Toledo, pues el doctor Narbona participó en un encuentro de autoridades académicas celebrado en esa ciudad y yo lo acompañé. Luego él marchará para Sevilla y yo para Bilbao, pues vizcaíno soy.

Cuando don Quijote oyó lo de vizcaíno fue grande su tribulación porque vínole a la mente aquel otro vizcaíno con quien tuvo combate tan fiero. Fue esta punzada la que hizo que se dirigiera al conquistador y, con arrogancia, le dijera así: 



—En una ocasión hube de perdonar la vida a un vecino de vuestro lugar ante la súplica de una señora de alta alcurnia. Dijeron quienes presenciaron aquel singular combate que sus ojos habían visto la más gloriosa victoria de un caballero andante. Nunca olvidaré su arrojo y su habla castellana, tan deteriorada que no se sabía dónde la había aprendido. Era incapaz de enlazar bien varias palabras, lo que parece ser propio de aquellas tierras, por lo que yo haya podido leer.


Ante aquel comentario, fue el doctor Antonio Narbona quien tomó la palabra y respondiole de esta guisa:


—Señor caballero andante, esas son maledicencias de nuestros literatos, quienes han creado una serie de hablas minoritarias o marginales con las que divierten a sus lectores. En tales hablas, inventadas, se imitan aspectos lingüísticos de minorías sociales como negros, gitanos o moriscos, a quienes se caricaturizan para risa de quienes tomen en sus manos las obras. Asimesmo, algunas peculiaridades regionales son dianas de estos autores. Entre estas últimas se han de citar, sin duda, la del vizcaíno y el sayagués, hablas de las que mucho se burló Cervantes en su inmortal obra El Quijote.


—¿Cuándo empezó en estos escritores nuestros –se interesó don Quijote– la costumbre de introducir en sus obras la ridiculización de estas hablas de marginados o de lugares?


—Puedo decirle que por lo que atañe a los vizcaínos –respondió el conquistador Ametis– fue en el siglo XV y, aún más, en el XVI. Durante ese tiempo, hemos sufrido los chistes más groseros acerca de nuestros problemas con el buen uso de la lengua castellana. Gran enojo sentí cuando el doctor Narbona, aquí presente, me habló de cómo abundaban las jocosidades acerca de los vizcaínos y sus problemas con la lengua castellana y de cómo un erudito como Juan de Valdés, en un libro intitulado Diálogo de la lengua, se permitió burlarse de los vizcaínos a través de la simpleza de un pobre muchacho, cuya condición de vasco lo llevaba a no entender bien el castellano. 


Tampoco puedo olvidar, como bilbaíno que soy, el juicio que de nosotros hizo Vicente Espinel en su obra Marcos de Obregón: llegó a decir esto: «Quien dice en Castilla vizcaíno, dice hombre sencillo, bien intencionado; pero yo creo que Bilbao, como cabeza de reino, y frontera o costa, tiene y cría algunos sujetos vagamundos que tienen algo de la bellaquería de Valladolid, y aun de Sevilla».


—Señor Ametis del Serrallo, permítame que le diga que poco tiene que ver esto último con el tema que nos ocupa –dijo don Quijote–. Por ende, pediría al académico que le acompaña que nos explicara en qué consistían esas hablas inventadas y puestas en boca de negros, gitanos o moriscos o sayagueses o vascos o quienes demonios sean los desventurados. 


Lo que el doctor Narbona dijo se conocerá en el capítulo siguiente.


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