Los datos de contagios siguen subiendo semana tras semanas. Los madrileños viven la pandemia con el fatalismo de lo inevitable y los medios de comunicación seguimos sin mostrar lo que ocurre en los hospitales de puertas adentro.
Los pacientes ingresados tienen ahora, según todos los datos estadísticos, entre treinta y cuarenta años. Pero también enferman, y ocupan camas de UCI, y mueren. Se comprende el malestar de los sanitarios que van a ir a la huelga a final de mes porque los ochenta millones de euros, prometidos por la presidenta Isabel Díaz Ayuso esta semana, llegan tarde. No hay médicos, ni enfermeras, la sanidad madrileña tiene un déficit estructural de sanitarios por el abandono de la pública desde hace años.
Y es verdad también que la población inmigrante de los barrios del sur de Madrid tiene muchos más casos de hospitalizaciones, pero no es culpa de "cómo viven", es que su economía les obliga a compartir, hacinados, pisos de dimensiones minúsculas.
Si las administraciones, la Autonómica y la Central, se sometieran a las investigaciones pertinentes sobre los errores y las causas que han llevado a que seamos el peor país de Europa en la contención del virus, la ciudadanía descubriría que tiene su parte de responsabilidad. Pero la auditoría reclamada por los mejores epidemiólogos españoles y europeos duerme el sueño de los justos y los cargos públicos siguen echándose los muertos a la cara.
Teniendo en cuenta que una de cada cinco camas de hospital, en Madrid, está ocupada por un paciente con Covid, solo cabe pensar que ya era hora. Que ha muerto demasiada gente para tomarse de forma frívola esta tragedia.
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