Covid: salvar la Navidad no es importante, salvar vidas sí

Mientras Europa endurece sus medidas, España, en el pódium de afectados, decide flexibilizarlas

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 20 dic. 2020

No tenemos remedio. Cuando los grandes países de la UE adoptan medidas drásticas para cercar la posible expansión y explosión de una tercera ola en enero, el Gobierno central y las comunidades autónomas recorren el camino contrario. Con la bandera de ¡hay que salvar la Navidad! Las restricciones, que tan alentadores resultados estaban dando en las últimas semanas, bajando la incidencia acumulada a menos de 200 casos por cien mil habitantes en 14 días, han comenzado a ser relajadas. 



Líbreme el dios del sentido común de dar lecciones a nadie, pero de lo que no puede librarme nadie es de que me pregunte por qué unas medidas que estaban derrotando la curva de infecciones han de ser modificadas a la baja. Reconozco mi incapacidad para comprender lo que, a todas luces, se dibuja como un disparate.



Cuando la incidencia acumulada ha bajado de más de 600 a 200 lo que hay que hacer, precisamente, es persistir en esa estrategia de derrota del virus para a afianzar más la victoria sobre su expansión.



Mientras Alemania, Inglaterra, Italia o Francia endurecen sus medidas restrictivas, España, que se ha situado en el pódium de los países de la UE más afectados por el virus, decide que lo que hay que hacer es flexibilizar las medidas que fortalecen la lucha contra el Covid. Lo escrito: no tenemos remedio.



Y no lo tenemos porque nuestra obstinación como ciudadanos y la levedad de quienes nos dirigen no son capaces de analizar la realidad desde la experiencia del pasado para prever el futuro.



Asistir desde la serenidad a la insensatez de asumir con total y pasmosa naturalidad la inevitabilidad de la llegada de una tercera ola a primeros de año como consecuencia de la celebración de la Navidad es una irresponsabilidad que debería acercarse al territorio penal. 



No hay una razón, ni una sola, que justifique que ya esté asumido que nada puede evitar que la próxima embestida del virus acabe con la vida de miles de españoles y deteriore la salud de decenas de miles que se verán afectados por la infección y sus secuelas. En qué clase de país estamos viviendo para que, quienes nos dirigen, vean como inevitable y normal la llegada de miles de víctimas y heridos en la batalla que el virus provocará cuando pasen las fiestas y a consecuencia de la bajada de la guardia en las medidas que deberían mantenerse y ampliarse, si fuera preciso, para que esa nueva derrota no se produzca.



Cuando el resto de Europa está tomando medidas drásticas con toques de queda a las ocho de la tarde, confinamientos domiciliarios, restricciones en las reuniones familiares de no más de cinco personas en algún país, suspensión de clases escolares y universitarias, acotación de la movilidad entre ciudades, regiones o landers, cierres radicales de toda actividad que no sea esencial, aquí, no. España es diferente, ya lo dijo Fraga. Pero es diferente para mal. Aquí lo único que se nos ocurre es ampliar el horario de las cafeterías, pero, eso sí, sin que puedan servir alcohol de seis a ocho de la tarde. De risa. Ya puestos, tan deslumbrante medida podía acompañarse con la recontratación de los “vigilantes de la playa” que tan eficaces fueron en verano para que, durante esas dos horas de ´ley seca´ controlen mesa por mesa si la tónica lleva ginebra o si la coca cola está acompañada de ron. ¡Que esperpento, por Dios! 


Es cierto que hay que intentar aminorar los altísimos costes que la pandemia está causando en la economía. Pero no es menos cierto que es imposible galopar sobre dos caballos cuando, los dos, están desbocados y, sobre todo, cuando uno de ellos alcanza metas de las que es imposible regresar. Porque la economía se recuperará, pero las vidas perdidas, no.


El tiempo es un camino salpicado de dudas, minado por el desasosiego de la ausencia de certezas y plagado de laberintos que exigen decisiones ante las que es imprescindible optar.


La mayor crisis de los últimos 80 años demanda liderazgos que, como los de Angela Merkel en Alemania, puedan verse conmovidos por la emoción, pero nunca derrotados por la sinrazón.

Hace más de dos mil años, Sun Tzu dejó escrito que la mejor victoria es la que no se da en el campo de batalla. Aunque no tengo casi ninguna esperanza, me resisto a considerar como irremediable la torpeza de quienes nos gobiernan, así en el Estado como en las comunidades autónomas. Prevenir es, siempre, el mejor camino para evitar curar. Hemos estado a tiempode optar por ese camino y lo estamos desaprovechando.


Navidades habrá muchas. Pero vida, solo hay una. La cuenta de resultados revertirá más temprano que tarde y la economía acabará levantándose. Quienes no se levantarán serán las victimas que una nueva oleada pueda dejar en un campo de batalla al que no habría que ir si ahora se tomaran las medidas necesarias. Hay que salvar la economía, cierto. Pero antes, que nadie lo dude, hay que salvar la vida. Y lo más estúpido, lo más irresponsable, es que vayamos cantando villancicos al matadero cuando la experiencia cruel del pasado ya nos hace predecir cómo será la tragedia del futuro. 



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