Que la sanidad está sufriendo una ardua fatiga pandémica a estas alturas es un secreto a voces. Desde que diera comienzo esta pesadilla, uno de los pilares fundamentales del Estado de Bienestar se colocó como piedra angular social, económica y política y, a todas luces y por extraño que parezca, se revalorizó algo tan sencillo como la salud pública. Es probable que hasta entonces el personal de la Sanidad se contemplase como un colectivo laboral más, sin embargo, la epidemia ha hecho que sus activos, todos y todas las profesionales que forman parte de este grupo de trabajo, hayan pasado por todos los estamentos y papeles posibles: héroes, verdugos, villanos, ídolos, responsables, culpables, altruistas, egoístas y así una serie infinita de antítesis que han calado en el resto de la sociedad de manera desbordante.
Pues bien, hoy es justo, necesario y apremiante, no solo un reconocimiento a su labor y un aplauso desde un balcón, sino un agradecimiento a su coraje y profesionalidad y me quiero centrar, sobre todo en lo que conozco de primera mano, en la provincia de Almería. El esfuerzo de nuestros hospitales es ingente. La Inmaculada y el Poniente, como centros comarcales, han estirado sus posibilidades asistenciales hasta límites insospechados y Torrecárdenas, como hospital de referencia provincial, ha amplificado todos sus recursos, humanos y materiales y también desde el ámbito organizativo y de gestión, para asumir este desbordamiento.
Necesitan una aclamación en positivo todos y cada uno de los miembros de las distintas plantillas de la Sanidad almeriense, de todas las categorías y desde todas las posiciones de jerarquía hospitalaria y asistencial. Ellos están siendo la base más primigenia que está sosteniendo la pandemia, entre sus manos, sobre sus hombros y dentro de sus cabezas. Están exhaustos, desanimados y, en ocasiones, rendidos, pero no dejan de remar a favor de obra, no dejan de sustentar el sistema con el refuerzo de personal, aunque siga siendo insuficiente, faltan manos, pero si miras en profundidad las trincheras están repletas de soldados que no se dejan vencer contra el enemigo común: el Sars Cov 2. Están comprando material, respiradores, están haciendo verdaderos puzles de miles de piezas con las plantas, las camas y los medios, solo con un fin, devolver todo ese esfuerzo en vidas, en personas, en vivencias, en esperanza, en familias y en restituir ilusiones y anhelos en mitad de todo este dolor, de toda esta soledad, de toda esta injusticia y, en definitiva, de todo este abismo que ha traído consigo esta edad oscura en forma de pandemia.
Y no solo eso, están mirando más allá. En el fondo, currantes y eficaces donde los haya, nuestros trabajadores y trabajadoras, las direcciones y responsables miran al futuro y se están rearmando y están poniendo a punto nuestras instalaciones, asumiendo que puede elevarse la presión asistencial al 200 por ciento. Mención especial merece el hospital de referencia, Torrecárdenas, que se ha preparado y se ha enfrentado a lo peor y, me consta, que no paran de contemplar y buscar líneas de actuación que refuercen el sistema sanitario y amplíen la cobertura de pacientes COVID en UCIs.
Y para mí, para nosotros, para CSIF, eso sí que es hacer patria, eso sí es, auténtica y verdadera, vocación de lo público y los convierte en los garantes absolutos del Estado de Bienestar. Por eso desde aquí, derrotados, asustados, hastiados, pero también llenos de optimismo, quiero dar el mayor apoyo y ánimo a directivos, suministradores, compañeros y compañeras, trabajadores y trabajadoras del sistema de salud, y un larguísimo etcétera, porque me sobran los motivos y me faltan palabras de gratitud.
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