Las mujeres permanecieron ocultas, silenciadas, sufridoras, rebeldes, heroínas, soportando la vida de negro, casi siempre en silencio. Aquellas mujeres permanecen en la memoria personal de la historia. Y la reivindicación de su presencia era y sigue siendo una asignatura pendiente. La reconstrucción del retrato de aquellas mujeres de los vencidos, en el sufrimiento de la Guerra Civil española, ha emergido como un canto de gloria y resurrección. Es lo que justifica el libro “Nietas de la Memoria” (Editorial Bala Perdida, segunda edición 2020). Son diez relatos que han recuperado la historia callada de diez abuelas con una gran dimensión interna, soporte de la realidad. Las diez abuelas y su entorno familiar han resurgido gracias a diez nietas, autoras el libro. Periodistas y feministas: Marián Álvarez, Isabel Donet i Sánchez, Carmen Freixa, Isabel Gaspar Calero, María Grijelmo, Sara Plaza Casares, Carolina Pecharromán de la Cruz, Cristina Prieto, Concha San Francisco Rodríguez y Noemí San Juan. Las diez autoras han reconstruido la memoria de sus abuelas, su historia personal en aquella guerra civil, sufrientes de la derrota pero vencedoras por su resistencia firme, que han rescatado sus nietas. El libro lleva un prólogo de la periodista Carmen Sarmiento: “Es el retrato de una España en blanco y negro, abuelas de edad incierta… ¡Qué dolorosas y parecidas las historias de nuestras abuelas…! Los recuerdos que las autoras nos transmiten de sus abuelas nos introducen en la memoria del vacío y el silencio de aquellas mujeres a las que les ha sido robada su historia”.
Hay un nexo común de una memoria histórica con rostro de mujer. Por el libro desfilan madres, abuelos, padres, hijos, familias, en un tiempo incierto que emerge en pleno siglo XXI. Las nietas han tenido que recuperar estas memorias desde el silencio y secreto familiar, poco a poco.
Diez abuelas
La Abuela Juana inicia esta memoria. Viuda de soldado derrotado, no tenía ningún derecho, “qué difícil ha sido vivir en la angustia la preocupación, la espera”.
Se desvela ‘La memoria del vacío’, “me habían robado la historia de las mujeres de mi familia… Y ellas me recuerdan que yo soy una nieta de la memoria”.
La abuela Juliana comparece en la memoria de ‘La hija del chocolatero’. Aquellos tiempos del hospicio, del desconsuelo y la rabia, los curas denunciantes. La abuela Juliana murió en 1977 con un semblante sereno y de dulzura. La nieta pone dedicatoria: “A todos ellos, a mis padres y tías que me lo contaron, víctimas de una persecución que marcó sus vidas y las mía, les debo este relato”.
‘Respirar sin aire’ es la memoria recuperada por la nieta Cristina, el mismo nombre que su abuela. Los recuerdos son el hambre y el miedo; el nacionalcatolicismo lo invadió todo. “Ochenta y seis años después sigo convencida de que me robaron la niñez y la juventud”. Una gran prisión que expande sus muros, en todas direcciones. “El opresor régimen franquista encerró a las mujeres entre las cuatro paredes de hogares donde formaron parte de un decorado al que el polvo sepultó”.
“Vidamía” cuenta la memoria de la abuela Isabel Vivas, “no fui al colegio pero en la escuela de la vida aprendí de todo”, siempre en el trabajo, siempre con el espíritu de una libertad acogida en el interior personal “con la conciencia tranquila del deber cumplido y rodeada de los míos”. Con el recuerdo de aquella visita a la tumba de Azaña en Francia. Su nieta Isabel soltó lágrimas cuando escribió: “Al referirme a ti, querida abuelita, necesariamente he de reafirmarme que detrás de esa apariencia de mujer menuda y frágil se encarnaba una mujer grande y fuerte”.
El tiempo en “Y nos tocó crecer” enaltece la memoria de la abuela Coronada en familia escapando de las represalias de los falangistas, una memoria que recupera la nieta Isa, por una España donde hasta pensar era pecado; siempre huyendo. La abuela Coronada nunca pudo estudiar. “Los pobre íbamos pagando cuando podíamos”. Y la firmeza hasta el final del amor de su vida.
Historia viva
La nieta María cuenta la memoria de la abuela María, en “La mala guerra”. La guerra que partió el alma a tantos millones de personas. La abuela María transitó por su vida en el colmado, en el restaurante familiar, entre miedos. Un gran corazón para acoger a un guardia civil enfermo. Detenciones (“el abuelo fue acusado por un cura de reuniones subversivas”) que llevaba a las mujeres a ponerse al frente de la familia. Descubrió la dura realidad poco a poco. Y ahora la nieta: “Para que la historia familiar nunca muera. Para entender que la historia de nuestros mayores forma parte de nuestra propia historia. Y está tan viva en nosotros como lo están sus genes”.
“Molinos, tejares, mandiles y pañales” relata la memoria de la abuela Lorenza, analfabeta, tuvo dieciséis hijos, (sobrevivieron cinco), “éramos pobres a secas”, emigración, la dura escasez de la postguerra “yo sabía que la mujer debía de ser de su casa. Era lo que me habían enseñado toda la vida… He cumplido todos mis sueños, los que pude llegar a tener”.
Entonces no había redes sociales. Se escribían cartas, sobre todo para encontrarse tras las escapadas y huidas. Y no siempre llegaban las cartas. Y en esas cartas estaba encerrada gran parte de la memoria de la abuela Lola y la bisabuela Benita, que ha recuperado la nieta Noemí. Hubo un tiempo en que las cartas ya no llegaban pero Lola y Benita siguieron escribiéndose. Y ahí se guardó el secreto de la memoria histórica familiar. Con el tiempo Benita se lo contó todo a Lola. Y Lola a su nieta, “ahora te lo cuento yo a ti para que comprendas por qué siempre se vestía de negro y la razón de su mirada ausente”. Y el futuro hizo posible el encuentro. “A pesar de los kilómetros que nos separaban cuando fui madre, mi abuela Lola pudo contemplar en directo a través de la pantalla del ordenador los juegos de sus bisnietos. Pudo ver sus primeros pasos, sus primeras palabras, eso la maravillaba…Recordaba todas las cartas que nunca llegaron, todas las que nunca recibió”. Cuando murió la abuela Lola, la nieta Noemí escribió este relato (“Lola y Benita, las cartas perdidas”), para enaltecer a generaciones de mujeres extraordinarias.
La abuela Vicenta hacía flores de papel, lo cuenta la nieta Sara. Y los recuerdos de la abuela transitan por la huida a escape por la noche, refugiarse de los bombardeos y dar a luz a escondidas. Los ecos de la cárcel. La amenaza de la tuberculosis. Son imágenes que no se borran. Recibían comida a escondidas en los peores años de la guerra. Entonces, “en mi casa mandaban las mujeres”. La nieta Sara ha conseguido reconstruir la memoria familiar con una grabadora. Y así surgió este relato “que aspira a convertirse en inmortal como las flores de papel”.
En los diez relatos resucita la memoria histórica, eterna, viva, para descifrar una realidad que fue manipulada. Al final están presentes las fotografías de época, de todas las abuelas y las familias, en distintas circunstancias personales. Las imágenes en cada fotografía, en blanco y negro, miran muy profundamente al lector. Y desvelan que la Memoria Histórica es imposible sin la verdad de la Mujer.
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