En la década de los cincuenta los españoles soñaban con aquel pecaminoso guante de Gilda, al que únicamente podían ver en los cines donde ofrecían la cinta. Y lo más parecido a aquella encarnación de la sensualidad de mujer que teníamos en nuestro país fue una artista mucho más cercana al patio de butacas que otros grandes nombres del vedetismo de la época. Se trataba de una joven y agraciada madrileña que con sus sensual y agraciada indumentaria enloquecía a quienes, noche tras noche, acudían a aplaudirla hasta la extenuación bajo la carpa de su Teatro Chino.
La vida fue una tómbola para la reina del cabaret de los pobres y para los artistas que la acompañaron, como Juanito Valderrama, El Fari, Antonio Molina, Florinda Chico, las Hermanas Hurtado, Andrés Pajares y Arévalo, entre otros. Bajo la bóveda de aquella multicolor nube de ilusión y fantasía, que perduró hasta mediados los años ochenta del pasado siglo, tuve el privilegio de conocer la vida y profesionalidad de una Marifé de Triana que respondía con desparpajo a las preguntas del bisoño entrevistador, entre números de acróbatas, humor y actuaciones de unas bailarinas espectaculares, bajo el pegadizo olor de fritangas y churros de los chiringuitos aledaños de aquellas ferias que pasaron a mejor vida.
Tal vez por eso cuando los reclamos y anuncios de los feriantes se han ido alejando un paso más cada día de la selectiva memoria auditiva de los ciudadanos, cuando tan solo nos queda la feria de las vanidades del colectivo humano, hay generaciones de ciudadanos del mundo que desde hace más de una treintena de años sienten la ausencia de un nostálgico anuncio de despedida del mejor cabaré circense de variedades. “Teatro Chino de Manolita Cheng anunciando su despedida para el día de hoy por tener compromisos contraídos con la feria de…Nuestro espectáculo acaba de empezar. Adquieran las localidades que llegan a tiempo”. Sonaba la megafonía ambulante de aquel espectáculo único que durante más de cuarenta años recorrió pueblos y ciudades cuando las tómbolas, los circos y los teatros ambulantes conformaban el gran acontecimiento que rompía la monotonía y los claroscuros de la posguerra y la dictadura en aquella España que se animaba a escondidas con lo prohibido. Una España en la que Manolita Cheng –fue necesario añadir la “g” para sortear la competencia pirateada por el Nuevo Teatro Chino Lido que incorporó al travesti de Arcos de la Frontera, Manuel Saborido, a quien apellidaron artísticamente con el originario Chen- y su Teatro Chino representaron iconos sobresalientes de un tiempo melindroso y pacato, marcado por las censuras y los obstáculos, un reto que la hermosa artista vallecana desafío con soltura y belleza, relumbrones de lentejuelas, escotes y picardía a rebosar entre bailes, atracciones circenses y humor.
Se llamaba, se llamó Manuela Fernández Pérez, artísticamente Manolita Chen, nacida en Vallecas en 1927, y siempre tuvo una clara inclinación por las candilejas y con tan solo doce años pidió a su padre, un empleado de gaseosas La Revoltosa, que le permitiera asistir al conservatorio de música de Laura de San Telmo, donde aprendió danza y canto, si bien su bautizo artístico fue en el grupo de baile “Las Charivaris”, en el Circo Price. Con dieciséis años conoció a Chen Tse Ping, un empresario de circo de origen chino, con quien se casaría en 1944 para gestionar unidos el popular teatro circo, hasta que al principio de los ochenta se retiraría del escenario. Muy vinculada a Sevilla, Manolita Cheng falleció en una residencia de Espartinas una madrugada de principios de 2017, a una hora marcada en el imaginario por las jaranas y los trasnoches. Ningún medio de comunicación se hizo eco inmediato del deceso. Su biógrafo, Juan José Montijano, docente de la Universidad de Granada y especialista en teatro de humor, inició una campaña de apoyo para que Sevilla, la ciudad que tanto debe al mito del espectáculo, perpetuara su memoria con la nominación de una calle a quien ha sido bello ejemplo y paradigma del teatro ambulante. Sin embargo, dicha iniciativa cayó en saco roto.
Tan solo el teatro “Ideal” de Baza, que se sepa, ha acogido hasta ahora un reconocimiento a Manolita Cheng, reivindicación a la que ya me sumé años atrás en otro artículo. Las ferias pasaron, los ecos del anuncio de despedida del Teatro Chino enmudecieron hace tiempo y la vedette que vivió asediada por la censura y que desafió a Franco ha quedado sumida en uno de esos olvidos imperdonables, y no tiene ni ha tenido aún quien inmortalice su nombre con una calle, aunque cualquier ciudad o pueblo pueda hacerlo, pues no hubo rincón patrio cuyo público se viera privado de los sketches más divertidos y de los números más atrevidos de la reina del teatro portátil en nuestro país. Son los olvidos para una reina.
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