Que a Pedro Sánchez estos días le sale todo bien se plasma hasta en el hecho de que Felipe González, el último ‘disconforme’ que le quedaba al ‘sanchismo’, acudirá este fin de semana al congreso del PSOE, el más presidencialista de los cuarenta que ha celebrado hasta ahora el histórico partido fundado por Pablo Iglesias el 2 de mayo de 1879. González será, diga allí lo que diga, o lo que no diga, la auténtica ‘estrella’ de una ‘cumbre’ socialista concebida como apoyo al secretario general (y presidente del Gobierno), mucho más que como escenario para debatir un futuro cuyo diseño no llega más allá de las previsibles elecciones legislativas de finales de 2023.
¿Ha abandonado González, el hombre que durante trece años gobernó España, su actitud reticente sobre Pedro Sánchez, un personaje sin duda de trayectoria desconcertante desde que en 2014 ganó aquellas iniciales primarias, pero personaje, al fin, siempre afortunado? Responder a esa pregunta no es fácil: Felipe habla poco y, cuando lo hace, utiliza casi píldoras verbales que necesitan exégesis e interpretaciones. Nunca ha querido el ex presidente descalificar abiertamente a quien ahora ocupa el despacho que él ocupó, aunque se le entendía todo: ni le gustaba la coalición con Unidas Podemos, ni el ‘Gobierno Frankenstein’, como lo definió Rubalcaba, que, de seguir vivo, sin duda sería hoy el principal crítico de Sánchez desde las filas socialistas.
El caso es que el 40 congreso del PSOE se avizora mucho más tranquilo que cualquiera de sus predecesores: ni una voz disidente --que se conozca--, ni un tema excesivamente polémico, más allá de las enmiendas presentadas por las Juventudes Socialistas sobre la forma de Estado (la Monarquía): ahí tendrá Sánchez la oportunidad de hacer como en otro congreso hizo Rubalcaba, apoyando a la figura de Felipe VI. Y no, desde luego, la de Juan Carlos I, cuyo posible regreso a España revoloteará, como tantas otras cuestiones de actualidad candente, desde la luz hasta los alquileres, por los pasillos de la Feria de Valencia donde discurrirán los tres días congresuales.
Espero poco del programa ‘innovador’ que salga de este congreso y mucho, en cambio, de la escenificación que ha preparado Santos Cerdán, un personaje obsesionado con mostrar falta de protagonismo, rayano en la clandestinidad ante las cámaras y micrófonos. Claro que un congreso partidario no es, por definición, ni una escuela de otoño como la de Podemos, ni una convención que culmina en una plaza de toros, como la del PP, ni una fiesta pueblerina como la de Vox: un congreso tiene que tener apariencia, al menos apariencia, de debate. Pero lo sustancial es el aplauso final al líder reelegido, y Sánchez lo será por un abultado porcentaje.
Y después, una vez que el secretario general haya formado su nueva Ejecutiva, Sánchez proseguirá su andadura incansable, algo precipitada a veces, tratando de cubrir todos los huecos, desde el presupuestario al de la política exterior, pasando hasta por protagonizar el teléfono de atención para tratar de evitar posibles suicidios. Todo. Va a ser la precampaña electoral más larga que recordamos, pero, al fin y al cabo, ¿no debe un político estar siempre como en campaña electoral, tratando de captar votos agradecidos? Yo eso no lo critico: está en la base de una democracia. O eso es lo que oiremos en este congreso, con o sin la anuencia del ‘congresista estrella’, ese Felipe González que es la máxima encarnación ahora de esos tiempos de la primera transición, de aquel ‘espíritu del 78’ ahora tan, tan olvidado ya. Puedo anticipar el discurso de Sánchez al clausurar, el domingo, ‘su’ congreso. Pero no tengo ni idea de lo que pueda decir Felipe.
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