Unos periodistas españoles que visitaron el Parlamento Europeo la pasada semana compartieron algunas conclusiones: en Europa se trabaja mucho más de lo que se cree en los estados miembros; se discuten asuntos de enorme trascendencia para todos y apenas seguimos esos debates en los medios; y, desde luego, el clima de convivencia allí entre los grupos parlamentarios nada tiene que ver con la ferocidad que preside el Congreso de los Diputados en España. En Europa se trabaja y se habla; en España parece que se ladra, y así es muy difícil avanzar.
Lo grave es que esa agresividad desborda el hemiciclo y alcanza a los periodistas parlamentarios que viven semanas en un clima de tensión que nada tiene que ver con el espíritu de las últimas décadas. El virus de la intransigencia y la falta de respeto es acaso peor que el del COVID; y los grupos parlamentarios, y sus responsables de prensa, no aciertan a intervenir para serenar la situación. La frasecita automática con la que los portavoces Gabriel Rufián y Pablo Echenique despachan la cuestión, complicó las cosas: “No respondemos preguntas de la caverna mediática”. Su obligación es responder. Quizás les resulte beneficiosa electoralmente a ellos, y haga felices a quienes preguntan, pero es negativa para el intento de superar esta crisis. No se había vivido un aniversario de la Constitución tan alterado como éste.
Por suerte España no es Madrid, aunque se le parezca. Pero para encontrar vestigios de cooperación institucional hay que viajar hasta la isla de La Palma. Las visitas muy frecuentes de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, cooperando con el presidente del Cabildo insular, que es del Partido Popular, y con el gobierno de la Comunidad canaria, son ejemplo de convivencia política. Un acierto el convocar allí en enero la Conferencia de Presidentes Autonómicos. Solo falta más energía administrativa para salvar la burocracia y que las ayudas a los afectados lleguen ya a una población castigada desde hace más de dos meses con la erupción inacabable de un volcán. A los desconcertados habitantes isleños no se les escapa que el volcán Timanfaya, en Lanzarote, en el otro extremo del archipiélago canario, estuvo activo seis años, desde 1730 cuando lanzó su primer fogonazo. Por si lo que viven fuera poco, reciben un nuevo golpe psicológico cada dos semanas: el último ha sido las coladas de lava destruyendo cementerios. “Lo peor de los ríos de lava -comenta Paco Moreno, director de la Televisión Canaria- es que anegan el territorio y se quedan. En una inundación de agua, queda un territorio embarrado, pero todo el mundo encuentra su casa. Aquí desapareció y no se sabrá ni dónde estaba exactamente.”
Hay dos factores que ayudan a mantener La Palma como espejo en el que debería mirarse España: sin duda esa cooperación institucional de líderes de distintos partidos y el papel que juegan los medios, especialmente las televisiones: la Televisión Canaria -que ha recibido un Premio Ondas por su excelente trabajo- Televisión Española y las cadenas privadas que ayudan a mantener viva la noticia de la tragedia en un escenario en el que cualquier desgracia archiva informativamente lo sucedido.
Es paradójico que en el punto más extremo de España, donde se sienten docenas de seísmos subterráneos al día y donde la música ambiente es el rugido de un volcán amenazante, se pueda encontrar un refugio de convivencia. ¡Cómo será la intransigencia política y mediática en Madrid si es preferible huir a La Palma en busca de paz!
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