Estamos los obispos en Roma haciendo la visita 'ad limina apostolorum', es algo así como decir: en los umbrales de los apóstoles. Se me imagina como una vuelta al principio, a los orígenes. El nuevo Pedro, el de ahora, nos saluda, nos escucha, nos pregunta y nos cuestiona. Es parte de su tarea, igual que la de cualquier párroco u obispo. La iglesia es de todos. ¿Cómo podemos creer si no tenemos en cuenta a cada miembro de la comunidad? Olvidamos a menudo que el Bautismo es el sacramento fundacional, el que nos enraíza, a partes iguales en Cristo. El resto son servicios y tareas a los que hemos sido llamados. Cada una con su responsabilidad y su función. Pero nos igualan las aguas del bautismo.
Necesitamos creer mucho en el Espíritu Santo, quizás, el gran olvidado, y tener la fuerza de los primeros discípulos que, treinta años después de Pentecostés, fueron capaces de establecer comunidades vivas en todos los puertos del Mediterráneo y en algunas ciudades del interior, allá por donde pasaban las vías romanas, o se asentaba algún campamento militar. Nuestra herencia de la fe, es fruto de aquellas correrías de los evangelizadores primitivos que, por persecución, comercio o misión, llegaron a nuestras tierras con la nueva noticia. Sabían que Cristo es el verdadero Camino.
Necesitamos creer mucho en el Espíritu Santo para aprender a ser pastores. No podemos dejar de empaparnos del evangelio del Buen Pastor y de la escucha activa de nuestras comunidades, y nos sorprenderemos –como leí en Erri de Luca- que el maestro no es el que siempre enseña, sino el que inesperadamente aprende. Necesitamos aún mucha humildad para ser fermento en la masa, pequeña semilla de mostaza, sal que de sabor… y luz, sin olvidar que no somos más que la frágil vasija que sostiene a Cristo, verdadera Luz.
Necesitamos creer mucho en el Espíritu Santo para buscar caminos de creatividad. Lo que permanece parado se estanca y corrompe. En los siglos anteriores, los creyentes de entonces y mucha gente humilde, desarrollaron nuevas maneras de orar, de manifestar la fe, de vivir los consejos evangélicos con radicalidad, de expresar en el pensamiento y en el arte su visión de Dios y de la vida: filosofía, templos, imágenes, pinturas, teatro (autos sacramentales), música, expresiones populares (romerías, procesiones…), caminos de búsqueda y penitencia (Roma, Jerusalén, Santiago…). Se atrevían a representar a los santos con sus vestiduras de época (reales, principescas, de grandes acaudalados o pobres campesinos). Ahora nos escandalizamos, porque quizás nos hayamos parado en el tiempo y vivamos de los laureles reproduciendo los esquemas artísticos, litúrgicos y de pensamiento de los siglos XVII y XVIII. Podríamos estar estancados y comunicando pasado. Esta nuestra vieja Iglesia europea, o avanza y da respuestas a las personas de hoy con parámetros actuales o nos convertiremos en una cerrada y pequeña secta. Las personas que creemos queremos vida y Cristo es la Vida.
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