La gente quiere vivir bien, ya no quiere morir: quiere divertirse… Antes la política nos trajo soñar y eso nos trajo el desastre
Gilles Lipovetsky
Cuenta el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero una cena con jefes de Gobierno del G-20, en la que quedó impresionado por la dureza de los reproches y por las invocaciones a la historia, donde los fascismos y los comunismos del siglo pasado volvieron a salir como verdaderos fantasmas al acecho: «Fueron solo cinco minutos, pero cinco minutos en los que las palabras que escuchaba contenían la fuerza evocadora de todas las lágrimas derramadas en la historia europea”. Una evocación, sin duda, que nos sirve para comprender la importancia que tiene la reconciliación frente a la separación y confrontación que se impone en numerosos países empezando por EEUU y terminando por España, y más concreto con Cataluña.
La mirada socialista Es verdad que las sociedades actuales nada tienen que ver con aquellas de hace un siglo, pero la inquietud y los miedos sobrevuelan de nuevo el escenario político, en un momento de desorientación, polarización y retoricas antagonistas. La metáfora de Babel sirve para ilustrar la actual situación de zozobra personal y social y de crisis de las democracias. Y más, con una maquinaria mediática y política detrás dedicada a construir una España en negro o un mundo apocalíptico que a tantos gusta y que en los algoritmos sale vencedora.
En estas circunstancias, no son pocos los que vuelcan su mirada hacia el PSOE, un partido que se configuró sobre los valores democráticos de la Transición y que asumió la tarea histórica de vertebrar las Españas. El padre de la Andalucía moderna, dirían algunos. Hablamos de aquella generación nacida en los 50, sobria y sin privilegios que valoran especialmente la democracia y la justicia social. Una generación que lideró Felipe González con su sentido de Estado y de país.
El cambio necesario Sin embargo, en la actual sociedad del espectáculo la socialdemocracia necesita reconstruir su relato, más allá de la negación de la derecha al que estamos habituados y reflexionar sobre las nuevas realidades sociales y urbanas del presente. Al mismo tiempo, la izquierda debe confrontar sus ideas con los demás, sin demagogias ni populismos, ni aires de superioridad, aunque choque con fuertes resistencias en nombre de dogmas caducos, como diría Jean–Marie Colombani, exdirector de Le Monde.
La vieja política, como afirmaba Santos Juliá, situada en la confrontación por sistema, en socavar la legitimidad del contrario y en la excluyente división entre izquierdas y derechas y nacionalistas o no nacionalistas, tan habitual en nuestro país, no nos sirven ya para comprender y transformar un mundo en pleno cambio social
Epilogo La ciudadanía española está necesitada de un nuevo proyecto de país o de una comunidad política renovada. Un país de diálogo y pacto, que se aleje de los extremos. Ni el “comunismo y libertad” que pregonaba la Ayuso ni el “fascismo o democracia” de otros. Mejor un horizonte compartido de país en el que quepamos todos. Una nueva cultura política más relacional y cooperativa más allá de la lucha por el poder.
No estaría mal, por tanto, un relato optimista para España en consonancia con los últimos cuarenta años desde la Constitución de 1978. “Éste es un país maduro y civilizado hasta límites admirables como demuestra que, a pesar de la crisis y las tensiones territoriales, no se haya quebrado la convivencia” afirma Antonio Garrigues Walker. Se trata de poder seguir entendiéndonos, como un “nosotros”, con toda su pluralidad y diversidad. O lo que es lo mismo, una política dedicada al servicio de la democracia y la convivencia.
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