Alfonso en Portus Magnus

“Nos enfrentamos a unos cambios radicales para los que no hay manual de instrucciones“

Manuel Sánchez Villanueva
09:00 • 14 jul. 2022

Varios años antes de la espectacular apertura de la sociedad española al mundo, una mañana que me disponía a entrar en el aula de un curso que seguía en Canterbury, la profesora me llamó aparte. La escuché atento mientras la buena mujer intentaba explicarme que el temario de la asignatura no tenía nada que ver con ella, lo cual confiaba en que yo entendería. Solo cuando empezó la clase y proyectaron el material audiovisual, pude comprenderla. El soporte que utilizaban era un capítulo de la mítica serie de la BBC Fawlty Towers, ambientada en un hotel en la costa inglesa.



El problema era que en la serie tiene un papel destacado un camarero español de nombre Manuel que, por su llamémosle incapacidad para aprender, sufre continuos abusos físicos y verbales del dueño del hotel. Con el sarcasmo propio de los Monty Phyton, cuando durante alguno de los gags alguien preguntaba por el motivo de que Manuel no estuviera a la altura, no se justificaba en problemas lingüísticos, sino llanamente en que era español, concretamente de una ciudad española cuyo nombre no hace al caso. Dicho lo cual, todos parecían entender y asentían como si aquello lo explicara todo.



Mientras aceptaba aquel envite con deportividad, puedo decir que al segundo golpe que el director del hotel, a quien daba vida el mítico John Cleese, le propinaba a Manuel, yo ya estaba preparando el contraataque. En colaboración con Vicente, el otro español de la clase, trabajamos a fondo nuestra exposición fin de curso con ejemplos reales de que muchos españolitos de clase trabajadora habían conseguido abrirse camino aprendiendo inglés en la hostelería británica, mientras basándonos en casos tomados de la literatura inglesa, afirmábamos que, en el estratificado sistema educativo británico de entonces, los chicos working class no disponían de ninguna herramienta parecida. Lo cierto es que, estuvieran de acuerdo o no, el tribunal se tragó el sapo y nos calificó positivamente la crítica que les habíamos deslizado.



Pero el lector no debe hacerse a la idea de que soy una persona con mucha capacidad de reacción. De los escarmentados nacen los avisados y yo ya había vivido siendo adolescente un suceso muy similar en una colonia de vacaciones francesa. En aquel caso, fueron muchos los episodios de crítica hacia lo hispano, pero recuerdo especialmente un debate motivado por alguno de los tópicos sobre el retraso de nuestro país en relación a nuestros vecinos europeos incluidos en el cómic Astérix en Hispania; por mucho que, con mi pésimo francés, intenté hacer ver que la caricatura de la España del tardo franquismo cerrada en sí misma descrita en el cómic no tenía nada que ver con la realidad de la naciente democracia española, tengo que reconocer que no tuve ningún éxito.



Pero pocos años después vino la época que muy acertadamente se ha descrito como el salto de gigante de nuestro país, durante el cual protagonizamos un proceso de apertura económica, social y política al exterior en el que Almería ha tenido un papel destacado. Por una vez, fuimos capaces de subirnos a tiempo al carro de la historia abandonando siglos de retraso cuyos frutos disfrutamos hoy en día.



Por ese motivo, no puedo dejar de ver con aprensión como en el caso concreto de nuestra provincia, desde hace un tiempo se suceden manifestaciones de creadores de opinión apoyando iniciativas que dejan en mantillas en cuanto a su desfase con la realidad al entrañable Manuel de Fawlty Towers o al encantador Pepe de Asterix en Hispania.






Muchos se empeñan en defender que los modelos mantenidos hasta ahora nos van a asegurar por siempre el nivel de vida que hemos venido disfrutando. En mi opinión, es un craso error. La historia nos ha enseñado hasta la saciedad que en Almería se han sucedido modelos productivos que, al agotarse por falta de adaptación a los nuevos tiempos, han generado periodos de crisis y emigración. Pero lo que todavía es más preocupante, que haya quien proponga que la solución para Almería reside en regresar a los modelos desarrollistas anteriores a la primera crisis del petróleo.


Es cierto que en este momento el mundo entero se enfrenta a una difícil disyuntiva. Sabemos que nos enfrentamos a unos cambios radicales para los que no hay manual de instrucciones. El debate sobre la gradación de la reformas a emprender está ahí y es más que legítimo. Pero en el caso concreto de Almería, intentar resolverlo malgastando nuestros recursos apostando por llenar el entorno de macro plantas energéticas, hoteles en zonas protegidas, miles de viviendas en los restos vírgenes de nuestro litoral e incluso derribando los restos de nuestro patrimonio histórico parece un ejemplo más del pan para hoy y hambre para mañana que nos ha aquejado durante tantos siglos de miseria y aislamiento.


Quizás sea el momento de ser un poco más audaces y, en lugar de caer en la tentación de refugiarnos en el pasado, miremos más allá apostando por el autoconsumo energético, las tecnologías aplicadas a la agricultura sostenible y a su industria auxiliar, un turismo cultural y natural para el que tenemos enormes recurso y en general por sistemas productivos compatibles con el entorno.


Por suerte, los almerienses hemos tenido la fortuna de contar con la colaboración de muchos hombres y mujeres, algunos de ellos venidos de fuera de nuestra provincia, que nos han ayudado a abrir la mente para considerar las posibilidades que nos ofrece nuestro rico, pero también frágil, entorno. Y dentro de ese grupo de pioneros, siempre tendrá un lugar destacado Alfonso Sevilla, quien nos ha enseñado las enormes posibilidades que ofrece nuestra tierra para la generación energética renovable descentralizada.


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