José Ramón Martínez
18:55 • 21 mar. 2012
Cuando leí que Antonio Orejudo iba a presentar un libro sobre la vida en los barrios de las afueras de Barcelona pensé que era un acontecimiento que no había que perderse. No era el autor, Javier Pérez Andújar, ningún famoso del corazón, ni contaba con patrocinios de bancos, tampoco era un escritor perteneciente a la oficialidad del país. Después de años de marketing y diseño vacío, del triunfo de la estética sobre la ética intuí, como así fue, que Paseos con mi madre era un libro de los de verdad, de esos auténticos, cargados de vida.
Además, para los almerienses con más motivo ya que la emigración ha estado en nuestro mapa genético, y hemos sido pobladores reales de las periferias, y la de Barcelona de forma especial, pues fueron muchos los que llegaron allá procedentes de los pueblos de nuestra provincia. Son numerosas las historias de paisanos que fueron a buscarse la vida por aquellas tierras; de hecho quién no tenía cualquier familiar en algunos de esos centros fabriles como Terrassa, Sabadell, Hospitalet, Gavá, El Prat, nombres extraños en nuestra pronunciación, que de niños aprendimos de memoria.
La contestación como instinto
Pérez Andújar crecerá a la orilla del Besós con Barcelona en el horizonte, pero lejana en su cotidianidad o incluso de espaldas a ella. Barrios y polígonos industriales en plena simbiosis, con pisos patera en bloques de más de diez plantas donde se iban hacinando los que llegaban de todos los rincones. Los alcaldes y constructores de la época franquista planificaron este paisaje urbano, comenzando ya la famosa especulación inmobiliaria. Sin escuelas, farmacias, ni transportes, aquí se forjaría la épica de la delincuencia juvenil de los 80, con personajes algunos de ellos llevados a las pantallas del cine. Una violencia que para el autor también se verá expresada en la torrentera de los bloques, en el ruido de las vías, o en los carritos del Pryca..
Esta generación de hijos de la inmigración, que no se instaló en las moquetas del poder, sigue hablando de pobres y ricos, terminología desparecida en los discursos habituales.
Según sus palabras, del hambre de los padres sacaron ese instinto mordedor de contestación y rebeldía. No se sienten catalanes al uso, porque ser catalanes es pertenecer a un estatus social, y creen más en la gente de a pie, en un puñado de libros que en un partido o nacionalidad, pues para ellos, el estado del bienestar empezaba en la biblioteca. Y su compromiso, como cuentan, es como el de aquellos intelectuales de la republica que trabajaban a cambio de la sonrisa de la gente.
Relatos
El libro es un dibujo de la España del desarrollismo, de esos barrios populares de la emigración masiva del campo a la ciudad, de la Barcelona más viva y callejera. Considerados por unos el símbolo del progreso y por otros, como el siempre lúcido Caro Baroja, los asentamientos del desarraigo. Entre lo uno y lo otro, Pérez Andújar ha retratado personajes con sus conquistas y derrotas símbolos de una pobreza cargada de dignidad. De alguna manera recuerda lo que nuestro paisano Eduardo D. Vicente retrató tan bien de manera tan sugerente en su libro Almería, memoria compartida.
El autor va hilvanando a salto de mata, casi en trance, como él dice, relatos de gente que trabajaban doce horas en las fábricas y los domingos se iban a echar extras, recuerdos de las primeras huelgas, imágenes del impacto que tuvo la llegada de las grandes superficies, así como de las luchas vecinales para reivindicar un ambulatorio o un colegio. Algunas son historias desgarradoras como la de Manuel Fernández asesinado por la policía franquista durante una huelga, o la del discapacitado Canareu, que, porque no le habían admitido en un taller, cargó con su ira y con cuatro latas de gasolina y le prendió fuego.
Epílogo
El escritor barcelonés rescata en su viaje a los extrarradios una cultura de lo popular que parecía olvidada cuando no escondida por años de superficialidad. Más cercano a la gente corriente que a las élites, más cercano a ese univ
Además, para los almerienses con más motivo ya que la emigración ha estado en nuestro mapa genético, y hemos sido pobladores reales de las periferias, y la de Barcelona de forma especial, pues fueron muchos los que llegaron allá procedentes de los pueblos de nuestra provincia. Son numerosas las historias de paisanos que fueron a buscarse la vida por aquellas tierras; de hecho quién no tenía cualquier familiar en algunos de esos centros fabriles como Terrassa, Sabadell, Hospitalet, Gavá, El Prat, nombres extraños en nuestra pronunciación, que de niños aprendimos de memoria.
La contestación como instinto
Pérez Andújar crecerá a la orilla del Besós con Barcelona en el horizonte, pero lejana en su cotidianidad o incluso de espaldas a ella. Barrios y polígonos industriales en plena simbiosis, con pisos patera en bloques de más de diez plantas donde se iban hacinando los que llegaban de todos los rincones. Los alcaldes y constructores de la época franquista planificaron este paisaje urbano, comenzando ya la famosa especulación inmobiliaria. Sin escuelas, farmacias, ni transportes, aquí se forjaría la épica de la delincuencia juvenil de los 80, con personajes algunos de ellos llevados a las pantallas del cine. Una violencia que para el autor también se verá expresada en la torrentera de los bloques, en el ruido de las vías, o en los carritos del Pryca..
Esta generación de hijos de la inmigración, que no se instaló en las moquetas del poder, sigue hablando de pobres y ricos, terminología desparecida en los discursos habituales.
Según sus palabras, del hambre de los padres sacaron ese instinto mordedor de contestación y rebeldía. No se sienten catalanes al uso, porque ser catalanes es pertenecer a un estatus social, y creen más en la gente de a pie, en un puñado de libros que en un partido o nacionalidad, pues para ellos, el estado del bienestar empezaba en la biblioteca. Y su compromiso, como cuentan, es como el de aquellos intelectuales de la republica que trabajaban a cambio de la sonrisa de la gente.
Relatos
El libro es un dibujo de la España del desarrollismo, de esos barrios populares de la emigración masiva del campo a la ciudad, de la Barcelona más viva y callejera. Considerados por unos el símbolo del progreso y por otros, como el siempre lúcido Caro Baroja, los asentamientos del desarraigo. Entre lo uno y lo otro, Pérez Andújar ha retratado personajes con sus conquistas y derrotas símbolos de una pobreza cargada de dignidad. De alguna manera recuerda lo que nuestro paisano Eduardo D. Vicente retrató tan bien de manera tan sugerente en su libro Almería, memoria compartida.
El autor va hilvanando a salto de mata, casi en trance, como él dice, relatos de gente que trabajaban doce horas en las fábricas y los domingos se iban a echar extras, recuerdos de las primeras huelgas, imágenes del impacto que tuvo la llegada de las grandes superficies, así como de las luchas vecinales para reivindicar un ambulatorio o un colegio. Algunas son historias desgarradoras como la de Manuel Fernández asesinado por la policía franquista durante una huelga, o la del discapacitado Canareu, que, porque no le habían admitido en un taller, cargó con su ira y con cuatro latas de gasolina y le prendió fuego.
Epílogo
El escritor barcelonés rescata en su viaje a los extrarradios una cultura de lo popular que parecía olvidada cuando no escondida por años de superficialidad. Más cercano a la gente corriente que a las élites, más cercano a ese univ
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