Un silencio cuatro estrellas

La inmigración es un drama global que requiere soluciones de inteligencia compartida. De poco o nada sirven respuestas emocionales como ir a cantar el kumbayá a los puertos en cuanto entra una patera o de bramar el Santiago y Cierra España exigiendo muros más altos. La dimensión del problema es tal, que no sé si seremos capaces de solventar este desafío mundial a largo plazo. Pero lo que sí sé es que lo que ni ayuda, ni resuelve este rompecabezas es el secretismo y la falta de lealtad institucional. Y todo ese catálogo de torpezas es el que ha exhibido el Gobierno de Pedro Sánchez estos días intentando colar clandestinamente en Almería a un numeroso grupo de inmigrantes recogidos en Canarias y trasladados a la península. Es impresentable que la Subdelegación de Gobierno decidiera por su cuenta alojar a un contingente de más de 400 personas, la mayoría hombres jóvenes, identificados de un modo más o menos impreciso y en mitad de una alerta antiterrorista nivel SP Alfa Plus, en un hotel de cuatro estrellas en la urbanización de El Toyo. Y todo ello sin avisar o consultar posibles alternativas con el Ayuntamiento, con el que sólo se pusieron en contacto tras ver que la noticia del “alojamiento discreto” había sido adelantada por Es Radio Almería. Del mismo modo que es fácil imaginar la tragedia humana que supone el tráfico de pateras, cualquiera puede entender la inquietud de los empresarios, comerciantes y residentes de la principal zona residencial y turística de la capital al descubrir que junto a sus casas y negocios pulula un numeroso grupo de personas más o menos indocumentadas, sin una ocupación o destino claro y con acuciantes necesidades personales. Entre la denegación de auxilio y la búsqueda de soluciones razonables existe un amplísimo registro de posibilidades intermedias que el Gobierno de Sánchez ha vuelto a despreciar, actuando del modo que mejor define al personaje: unilateralidad y secretismo. Genio y figura.