Absoluto amor al medio cinematográfico es el que nos transmite el director Manuel Martín Cuenca en su recién estrenada película 'El amor de Andrea'. Empeñado hasta ahora en hacernos reflexionar a través de cintas como 'La flaqueza del bolchevique', 'Caníbal, una historia de amor' o 'La hija' sobre esos “amores difíciles”, por no decir monstruosos en algunos casos, normalmente ocultos, pero presentes en nuestra sociedad, en esta ocasión sorprende con un relato de marcado tinte intimista.
Frente a las habituales prescindibles y bochornosas comedias de amiguetes, las sempiternas películas de terror, las cada vez más absurdas vueltas de tuerca del universo Marvel o las fallidas y grandilocuentes epopeyas sobre la vida de un militar corso, el director almeriense opta por reconciliarnos con el cine de autor a través de un crudo realismo afrontado con una minimalista puesta en escena cercana al documental, valiéndose para ello de un comedido y contenido formato 4:3.
Poniendo el foco sobre una familia de las llamadas desestructuradas (quizás deberíamos dejarnos de etiquetas y denominarlas simplemente una familia más) donde la falta de recursos económicos, los malos tratos, una masculinidad tóxica o una infancia rota sobrevuelan todo el metraje, Martín Cuenca logra construir un emocionante filme sencillo y sincero.
Que esta película represente un cambio de registro del director ejidense no quiere decir que no estén presentes las constantes patentes en su filmografía. La fotografía, en este caso a cargo de Eva Díaz, con esos precisos y cuidados encuadres de interiores que remiten a las primeras obras de Antonio López y que manifiestan que la precariedad y la modestia tienen la misma luz en La Caleta o en Tomelloso. El excelente movimiento de cámara en el exterior ya presente en 'Nadie (un cuento de invierno)'. Y, cómo no, su pericia como director de actores, ya que lo mismo descubre a María Valverde, lidia con figuras como Javier Gutiérrez o Antonio de la Torre o pone delante de la cámara a personas sin ninguna experiencia cinematográfica como Lupe Mateo en el papel de Andrea. Impagable la ternura que emanan los planos de esos niños jugando en la playa, de increíble similitud, al más puro estilo 'National Geographic', con dos cachorros de tigre retozando por la sabana. Prueba de este saber hacer lo encontramos en los galardones obtenidos a mejor dirección y mejor guion en el festival de cine de Tallin en Estonia.
Porque 'El amor de Andrea' no solo es la peripecia de una adolescente que busca su lugar en el mundo y que solo pretende algo tan sencillo y primario como sentirse querida: representa la búsqueda individual de cada uno de nosotros, nómadas emocionales en un mundo cada vez más complejo. Al igual que Andrea, anhelamos sentirnos seguros en ese confortable refugio que representa el amor; ese que, a veces, cuando nos lo piden, no sabemos dar.
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