De pronto, una carta firmada por el presidente Pedro Sánchez generó un apagón informativo total de cinco días, como el de Filomena, la tormenta de nieve. No se hablaba de otra cosa. Aquel jueves 25 de abril se olvidaron las recientes elecciones vascas, o los comicios catalanes inminentes. De ahí el enfado monumental de Carles Puigdemont, porque Sánchez le robó el protagonismo de su show diario hasta en los mismísimos informativos de TV-3. No hubo en España, en esos días de respiración contenida, más noticia que esa y sus posibles consecuencias en el PSOE, en el plano electoral general, en la economía o en los contratos y subvenciones del Estado, ya en tramitación o por convocar. Miles de funcionarios con cargo y cientos de empresas afectadas, con millones de personas indirectamente concernidas, estaban pendientes del final de aquella larga e inesperada sesión de reflexión.
El “susto Sánchez” tapó, no solo el centenario de la muerte de Kafka -y para kafkiana aquella situación- sino la conmemoración de la Revolución de los Claveles, cuando los militares portugueses acabaron con la dictadura civil, que corría paralela a la del general Franco, que aún vivía. Se asegura que el entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, se ofreció a Estados Unidos para invadir Portugal -el Pacto Ibérico firmado entre Salazar y Franco así lo preveía- y someter el levantamiento que llevó al exilio brasileño al presidente Marcelo Caetano. Quizás. Lo que sí está probado es que Arias identificó al teniente general Manuel Díaz Alegría, como posible “general Spínola español” y lo cesó fulminantemente para que aquel líder militar no imitara a sus colegas portugueses y trajera la democracia. Pero nada de todo eso se habló en este cincuenta aniversario de la gloriosa Revolución vecina. Fue una pena perder la ocasión para rememorar la historia. Toda España -sobre todo los socialistas, más los opositores populares que ya se veían con elecciones el 21 de julio y con el poder cerca- estaban mirando al Palacio de la Moncloa como se observa la chimenea del Vaticano cuando el cónclave cardenalicio elige un pontífice y el humo, blanco o negro, indica si “habemus Papa”, o no. Cinco días pasaron hasta que el cónclave monclovita, de dos personas, la pareja electora, encendió la chimenea mediática para comunicar que “habemus Presidente”.
No fue estrategia deliberada, ni hubo asesores. Fue una avería en el fusible emocional que toda persona dispone por más actividad frenética y aparente frialdad ejecutoria que muestre. Quién se pavonee ahora de que sabía algo, antes o durante la reflexión, que se atreva a decirlo. “De su puño y letra salió esa carta”, nos dijo un muy cercano colaborador del presidente. Sin asesores, ni correctores de estilo. Lo prueba la gramática manifiestamente mejorable del texto, según el sabio Alex Grijelmo - “abundancia de comas innecesarias y un pleonasmo al principio”. “No suele ser habitual…” Bastaba elegir una de las dos opciones: o “suele”, o “habitual”. “A Presidente de Gobierno de España no se llega por el camino de la gramática”, concluye Grijelmo.
Lo importante es que tras el anuncio de continuidad, un digital, de intoxicación vocacional, lanzó otro bulo infame: “Dijo que seguía, cogió el Falcon y se fue a Doñana a pasar el puente”. Falso. Muchos lo creyeron. El alcalde de Madrid, que habla más de Sánchez que de su ciudad, lo repitió en público. ¿Para qué comprobar la maledicencia, si puede dar votos indignados? Es el país que tenemos. Y el riesgo que corremos.
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